Esta semana me ocurrió algo que no pensé que me tocaría vivir: se viralizó un video que hice con un par de amigos y quedamos expuestos al matoneo violento de influenciadores de alto vuelo que nos superan en edad y en experiencia.
La historia es muy sencilla: Con mis amigos, Óscar y Santiago, hacemos parte de Salvación Nacional, un partido que recién recuperó su personería jurídica y que se enmarca dentro de los ideales de derecha y centro derecha, sí, esa gente que nos gusta la propiedad privada, la libertad en todas sus formas, el trabajo, el ahorro, la familia y la capacidad de crear empresa para lograr desarrollo.
La semana pasada nos invitaron al Senado a una audiencia de las juventudes de los partidos de oposición, algo que nos llenó de orgullo y para lo cual nos preparamos. Nos arreglamos para la ocasión, usamos traje y corbata, como corresponde.
A la salida del evento decidimos hacer una serie de videos sobre lo que nos parece a nosotros, desde nuestra postura y con los hechos en la mano, que está haciendo mal este gobierno: respaldar dictaduras y de paso negociar a espaldas de la ciudadanía la soberanía de Colombia.
Subimos los videos con toda tranquilidad, porque no tenemos redes sociales de millones, ni siquiera de miles de seguidores y el martes 6 de septiembre en la noche: ¡Bum!, empecé a recibir notificación tras notificación, mensajes de amigos, pantallazos y alertas: estábamos siendo objeto de un ataque masivo de bodegas y matoneadores de todo tipo.
Las burlas llovían, acompañadas de insultos junto con la degradación física de los tres por medio de memes e imágenes diseñadas para acabar con nuestro buen nombre y reputación.
La primera reacción: tristeza. Luego, esa mezcla de rabia e impotencia porque no podíamos hacer nada. Nos enfrentábamos a una horda de odio que no entendíamos ni entendemos porque nuestros comentarios no ofendían a nadie ni eran violentos. Atacaban nuestra integridad pero no decían nada sobre nuestros argumentos.
La pregunta era: ¿Por qué nos hacen esto? Nosotros somos estudiantes y entusiastas activistas que estamos en etapa de formación, no lográbamos dar crédito a tanta violencia. Acudimos a los más cercanos, nos apoyamos en nuestras familias, en las personas con las que podemos contar y en los cuadros de Salvación Nacional, pero el daño ya estaba hecho.
Por mi parte, decidí desechar lo que me causaba daño y empecé a capitalizar el respaldo recibido, me apoyé en mi mamá, amigos, gente que se ofreció a estar ahí, y con el paso de las horas la tendencia empezó a revertirse: miles nos atacaban y decenas de miles nos defendían.
Nuestro mensaje se hacía viral y las hordas violentas comenzaban a ceder mientras nosotros íbamos tomándonos confianza para dar respuesta a los insultos. 24 horas después, yo comencé a tomarme las cosas con un poco más de humor, hasta pude reírme con algunos de los memes, realmente buenos que hicieron de mi.
Pero esa no es la situación de mis dos amigos, que se han visto afectados emocionalmente y que resienten en su autoestima el virulento ataque contra ellos. Su confianza se vio mermada, no es justo, Óscar y Santiago son buenos seres humanos, decentes y no merecen la rabia desatada sobre ellos.
Luego de casi 48 horas de lo ocurrido, la reflexión es que nadie, absolutamente nadie, puede quedar expuesto ante la violencia de los que se sienten dueños de la verdad en redes sociales. No voy a dar nombres, no quiero revanchismo, no quiero alentar más pasiones incendiarias, pero sí me gustaría llamar a esas personas que tienen cuentas de millones de seguidores a ser responsables.
Quiero decir que en el comienzo del gobierno del cambio: se debería cambiar la costumbre de destrozar al otro por sus posturas o sus convicciones. Hablan de paz pero sus hechos son contrarios a ella. Todos tenemos derecho a pensar y a creer lo queramos, pero además, poder expresar con respeto nuestras opiniones. No nos puede costar la vida o la tranquilidad dar una opinión puesta en redes sociales.
https://www.noticiasrcn.com/, Bogotá, 9 de septiembre de 2022.