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Rafael Rodríguez-Jaraba*

Lo que está en juego en las próximas elecciones, no es la elección de un presidente, es la continuidad de la democracia o la llegada del comunismo, fallido, regresivo y retardatario modelo que siembra ilusiones y esperanzas, y solo cosecha violencia, frustración y miseria. De ahí la decisiva importancia que la nación entera concurra a las urnas a ejercer su derecho al voto y a ratificar su vocación democrática.

Por mi parte votaré por Rodolfo Hernández, quien encarna la esperanza de una patria mejor, en la que se destierre la corrupción, el desgreño y la ineficiencia, y se entronice la honorabilidad, la transparencia y la diligencia.   

Mientras que Rodolfo Hernández busaca fortalecer la democracia y desterrar los vicios que la aquejan, Gustavo Petro pretende hacerse elegir en ella para luego destruirla y perpetuarse en el poder.

Sobrecoge la falta de educación o desinformación de muchos ciudadanos ingenuos e incautos que aún siguen a Petro, así como la inexplicable aceptación de la malevolencia de la mayoría de los corifeos que lo acompañan y secundan en sus patrañas, despropósitos y desvaríos.

Tan solo basta ver la calaña de algunos de ellos, como Iván Cepeda, defensor de oficio de las NarcoFarc y apóstol de Iván Márquez, de Jesús Santrich y de tantos otros criminales. Y qué decir de Ernesto Samper Pizano, Armando Benedetti, Roy Barreras, Piedad Córdoba y el mismo Juan Manuel Santos, mercaderes de la más baja y despreciable forma de hacer política que han militado en todo tipo de partidos y movimientos para nutrir la insaciable voracidad política que los caracteriza.

De ganar Rodolfo Hernández, la tarea que le espera es monumental, desafiante y demandante. Tendrá que diseñar y articular una reforma estructural que corrija la hondas desigualdades sociales que dividen la nación. Deberá ser implacable en la lucha contra la corrupción, solvente en economía, acendrado en administración, efecto a la planeación, obcecado por la educación, paladín del orden y respetuoso de la ley y la justicia, sin cejar, en la guerra frontal contra el narcotráfico y el terrorismo, y menos, en la lucha contra la pobreza y la exclusión.

Para acortar el camino hacia el progreso, Rodolfo Hernández deberá renunciar al conformismo que depara la evolución previsible de un modelo económico conservador, incapaz de modificar la realidad del mercado y tan solo bueno para atacar los efectos y no el origen de la causa de los problemas.

La meta de su mandato deberá ser, la construcción de un nuevo modelo audaz y sostenible, capaz de dinamizar la generación de empleos, resolver las necesidades básicas de la población vulnerable, nivelar la salud, universalizar la educación, y recomponer la justicia, para así, poder ambientar la paz que asegura la gobernabilidad.

Respetando con celo la iniciativa y la propiedad privada, deberá detener la concentración de la riqueza y mejorar la redistribución de ella; solo así logrará consolidar la democracia y desterrar la demagogia populista que asola la región.

Cerrar la brecha entre pobres y ricos es urgente y no da espera; pero hacerlo otorgando subsidios y subvenciones paternalistas que aumentan el déficit, el endeudamiento y los impuestos, es engañoso y peligroso.

La política fiscal en Colombia es repentista e irracional, causa desigualdad, obstruye el crecimiento, desalienta el empleo, castiga el consumo y otorga injustos beneficios a sectores solventes. Para promover la inversión, reducir la pobreza, aumentar la demanda y alentar el crecimiento, es prerrequisito que en su gobierno se eliminen los impuestos al empleo y al consumo de bienes básicos.

De ceder la contingencia sanitaria, Rodolfo Hernández tendrá que acometer una reforma fiscal inspirada en equidad, que abone a la abultada deuda social, y en la que los impuestos sean proporcionales y progresivos al ingreso y exonerados de ellos la canasta familiar, la salud, la educación, la vivienda, el transporte, los bienes de capital, los servicios públicos domiciliarios, así como aquellos bienes que el país no produce o cuya producción es insuficiente.

También deberá restituir la competencia en el mercado financiero, racionalizar las tasas de interés, acabar los abusivos costos bancarios y detener la escalada de precios concertada por sectores protegidos que abusan de su posición dominante. 

Una tarea tan compleja y exigente, demanda valor, carácter y formidables capacidades, cualidades y virtudes, de ahí la necesidad de elegir a Rodolfo Hernández quien las reúne, y para lograrlo, deberá conformar un gobierno de unidad nacional en el que converjan las mejores y más esclarecidas inteligencias del país.

Invito a mis lectores a defender la libertad y la democracia votando por Rodolfo Hernández, y así asegurar que los mejores días de Colombia estén por venir.

*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional. Catedrático Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.

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