Envuelto en la impunidad creyeron que el intergaláctico era la mayor expresión de una deidad. El incienso emanaba de la pira intocable del trasnochado socialismo. Relámpagos y truenos lo ensalzaron en el universo revolucionario. El hartazgo fue creciendo en la medida en que los rezos fueron menguando. El recuerdo impuesto de epopeyas extrapoladas de inventos cayó sobre la dura grieta del hastío. Sus antiguas glorias las sepultó el voto barinés. Esa entidad que fue su cuna para aderezar sus entuertos les provocó la mayor de las derrotas. Aquel que se creyó intocable, en el ideario de un proyecto inspirado en él, se lo consumió la grandeza de un pueblo bravío.
Fueron colas de ciudadanos cansados de la incapaci
dad y pillaje de una banda familiar que hizo de la entidad llanera el feudo de sus fechorías. Años de humillaciones y coacciones terminaron el pasado 9 de enero con la clamorosa victoria de Sergio Garrido. No importó la obscena presencia de un gobierno nacional que derrochó millones de dólares en una campaña en la cual demostraron su talante. Toda la amplia red propagandística del gobierno al servicio de la candidatura del baladí Jorge Arreaza.
El CNE, con el cuchillo entre los dientes, tratando de mostrarse, con el equilibrio que muchas veces pende del hilo que mueven desde Miraflores. Un TSJ irradiando la genuflexión de magistrados henchidos de privilegios, verdaderos agentes del régimen, sin honor, escasos de grandeza para acometer su responsabilidad ante la historia. Una gran cantidad de entes gubernamentales repartiendo dinero a manos llenas, recorriendo caminos destruidos, para asomarse en las entrañas de un pueblo al que habían olvidado. Miles de soldados ebrios de prepotencia tratando de coaccionar a la gente, prevalidos del uniforme que, deshonestamente, portan, para buscar coartar al barinés. En esta jornada histórica fue esquilmada la figura de Hugo Chávez.
La revolución recibió una puñalada en su corazón. Sus coterráneos arrasaron con el legado patriarcal, su pedestal espiritual fue destruido por el pueblo engañado. La peor muerte que pueden recibir las deidades es cuando su pueblo de origen comienza por desconocer su impronta. Fueron vencidos en la cuna del líder histórico, por eso tanto dolor; la procesión anda por dentro repartiendo culpas, entre insultos de grueso calibre. La derrota del gobierno resquebrajó sus ínfulas, quedando al desnudo como un espécimen perfectamente derrotable. Ya el anecdotario de fábulas quedó diseminado en la tierra que dejó de seguirlo. El llano prendió luces sobre los morichales, que se recuestan sobre el amplio terraplén en donde nos asalta la vista. El sufragio fue la leyenda que terminó liquidando al fantasma.
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@alecambero
https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 11 de enero de 2022.