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Beatriz De Majo      

Con todas las puertas del crédito internacional cerradas y Venezuela, su principal sostén, en pleno proceso de indetenible bancarrota, a La Habana le quedan pocos socios hacia los cuales acudir en busca de alivio para el destrozo económico que viene enfrentando desde hace ya muchos años. Los desórdenes callejeros que se han convertido en una bomba de tiempo pudieran estar colocando a Miguel Diaz Canel en la situación de considerar a China como una tabla de salvación. Solo que para que una cooperación significativa tenga lugar, como en el tango, hacen falta dos para bailarlo. Y ni uno ni otro lado se sienten aun compelidos a embarcarse en un género de interacción peligrosamente estrecha.

La isla caribeña alberga una economía en situación de colapso. No existe actividad productiva capaz de generar los ingresos necesarios para atender las necesidades de 11 millones de cubanos. El país lleva décadas dando muestra de su incapacidad de honrar sus deudas y más bien se las ha agenciado para continuar apalancándose en el exterior, aunque con crecientes reservas para atender sus requerimientos de parte de los países miembros del Club de Paris. La pandemia no ha hecho sino agravar esta situación. Aparte de España, país que históricamente ha prestado su concurso financiero a los gobiernos de la isla, no quedan muchas otras fuentes de recursos hacia dónde dirigirse en busca de una solución. Madrid en esta aciaga hora tiene el cuarto lleno de agua y los 2000 millones de dólares que tiene en la cuenta de cobro contra Cuba hacen lucir pálidos los 360 millones que el gobierno de Diaz Canel ha contratado de China.

Históricamente los lideres chinos no han estado animados de una inclinación decisiva a hacer de Cuba un enclave de influencia en Latinoamérica. Los pasos de acercamiento que se han dado han sido unos cuantos – por ejemplo en 2011 se produjo una condonación masiva de la deuda cubana, pero ello ocurrió en medio de un movimiento global por saldar sus cuentas- pero ninguno determinante en el sentido de amarrar a los dos países en un esfuerzo de cooperación estratégica. Desde que Cuba decidió participar en la Nueva Ruta de la Seda pocos proyectos se han materializado y apenas uno, relativo a la construcción del terminal de Puerto de Santiago desarrollado por una empresa china, envuelven una actividad de significación para los dos lados de la ecuación.

¿Están cambiando las cosas?. En plena batalla de poder con los Estados Unidos, China estaría iniciando un acercamiento en apariencia más agresivo con Cuba. Otro nuevo acuerdo de cooperación bilateral acaba de ser suscrito en los días pasados. Pero este hecho pudiera estar más orientado a mostrar la influencia regional china en una zona particularmente polémica para los intereses de Joe Biden, que a financiar a fondos perdidos actividades de empresas chinas en el enclave caribeño. Cuba necesita poder hacer frente a cerca de 20.000 millones de dólares que adeuda al resto del mundo y, más que ello, lo que requiere desesperadamente en este punto y hora, es poder contar en condiciones comerciales blandas con proveedores para paliar al desabastecimiento de la isla, lo que sigue siendo fuente de descontento generalizado dentro de su población por la manera en que ello mina su calidad de vida. Este no es el caso. Ni China está llamada a sustituir a Venezuela como un socio dadivoso, ni Cuba está dispuesta a sumarse a Pekín en una puja por la influencia regional en contra de los Estados Unidos. Se equivocan de plano quienes sienten que este nuevo convenimiento bilateral es la respuesta de China al apoyo americano a Taiwán. Estos analistas están hilado demasiado fino y utilizando, además, un hilo equivocado.

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 29 de diciembre de 2021.

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