Su paso por el gobierno significó una herida mortal para la República. Corrupción por doquier, acompañada de impunidad para los peores terroristas.
Cuando se adelantaba la campaña del plebiscito que tuvo lugar en octubre de 2016, Santos sentenció que, si el NO ganaba, como en efecto sucedió, lo que él llamaba “el conflicto armado interno” llegaría a las ciudades.
Hay que reconocer que, en ese punto, Santos dijo la verdad. Las ciudades están sitiadas por el terror.
Las bombas que explotaron en Cúcuta son prueba de aquello. Dos miembros de la policía nacional perdieron la vida, mientras trataban de desactivar uno de los artefactos.
Es evidente que la acción terrorista fue planificada en Venezuela, país que se convirtió en refugio de mafiosos y criminales. Bajo el amparo de la dictadura de Nicolás Maduro, las supuestas disidencias, que no son otra cosa que el brazo armado de las Farc legalizadas por Santos, orquestan toda suerte de crímenes contra el pueblo colombiano.
La satrapía venezolana es, a la larga, la gran responsable de la oleada de violencia que se registra en el país. Maduro y sus secuaces, encabezados por el narcogeneral Vladimir Padrino y el capo Diosdado Cabello, en algún momento deberán ser juzgados y severamente castigados por el derramamiento de sangre que se está produciendo en Colombia.
Lo que está sucediendo en el país es fruto de la impunidad, de las gabelas y de los favorecimientos que Santos les dio a los guerrilleros que hacen y deshacen sin consecuencia ninguna.
La retaliación debe ser implacable. El presidente Duque, que es un hombre firme y al que no le ha temblado el pulso cuando de enfrentar a la ilegalidad se trata, tiene un inmenso desafío por delante. Que los tiranos venezolanos y sus terroristas queden notificados de que el Estado colombiano no va a hacerse el de la vista gorda frente a las dos bombas que detonaron en la capital del Norte de Santander.
@IrreverentesCol
https://www.losirreverentes.com/, Bogotá, 14 de diciembre de 2021.