A parte de las perlas que trae este documento en materia de vivienda, burocracia y movilidad, de las cuales les hablé hace un par de semanas, hay un aspecto aún más preocupante. El Distrito planea expandir en las principales vías de la ciudad el fallido experimento del bici-carril de la Carrera 7ma.
Recordemos que una de las grandes innovaciones de esta administración fue reducir de tres a dos carriles la séptima de norte a sur para crear un corredor único de bicicletas, a pesar que a tan solo cuatro cuadras, en las Carreras 11 y 13, ya existe una cicloruta que conecta el norte con el centro. Lógicamente, esta decisión empeoró el caótico trancón de esta vía, todo para darle paso a los dos domiciliarios que usan el bici-carril por hora. Un fracaso total.
Por eso, es aterrador lo que plantea el POT. En concreto, el Distrito pretende que la Autopista Norte y las Avenidas El Dorado, Américas y Ciudad de Cali pasen de 10 a 4 carriles vehiculares. Por su parte, la 63, la 68, la 53 y la Primero de Mayo disminuirían de 4 a 2 carriles para carros y la Esperanza, la 50, la 19 y la 53 de 4 carriles a 1 para automóviles.
Es decir, en vez de ampliar una infraestructura que hace años se quedó pequeña para responder a la demanda poblacional de la ciudad, Claudia López pretende embotellar a Bogotá y mutilar las arterias viales de la ciudad. Algo completamente errado por una sencilla razón: el hecho que se quiera promover el uso de la bicicleta no quiere decir que se debe emprender una guerra visceral contra los carros.
Claro que hay que construir ciclorutas seguras e iluminadas, pero sin afectar a las millones de personas que hoy, sin estos bici-carriles, ya padecen del peor tráfico del mundo. Además, seamos realistas: las nefastas condiciones de seguridad de la ciudad hacen imposible que las personas con automóvil desistan de usarlo para privilegiar la bicicleta. Nadie va a exponerse innecesariamente a que lo maten por robarle una cicla cuando puede transportarse en su carro. Esto no es Suiza ni Ámsterdam, es Colombia.
Y no solamente es un problema de delincuencia, sino también de practicidad. Por ejemplo, desde el norte de Bogotá hasta los municipios aledaños de Chía, Cajicá, Tabio o Sopó la distancia por trayecto es de mínimo 20 km. Y claro, desplazarse hasta ellos en bicicleta es un plan perfecto de fin de semana, pero es completamente absurdo pensar que las personas van a salir cansadas de sus trabajos, entre las 5 y 6 pm, para pedalear 2 o 3 horas en plena oscuridad hasta llegar a sus casas. Eso no va a pasar.
Pero en cambio, lo que sí va a ocurrir, es que el embotellamiento entre la 192 y el peaje se va a extender fácilmente en media o una hora. Algo que deteriorará aún más la calidad de vida de aquellos que deben entrar y salir a diario de la ciudad, entre los que se encuentran cientos de rutas escolares y transportadores de carga.
Debido a lo anterior, la única esperanza que le queda a la ciudad es que el Concejo actúe con independencia y se oponga a semejante barbaridad. Ese discurso ambientalista, mal concebido y profundamente populista, con que se excusa el desgobierno de López ya privó a la ciudad de tener la ALO Norte, la extensión de la Boyacá hasta Chía, una expansión urbanística en el noroccidente que disminuya la alta densidad poblacional de la ciudad y ahora quiere condenar a Bogotá a seguir ostentando el vergonzoso primer lugar dentro de las urbes con peor tráfico del mundo.
@LuisFerCruz12
https://www.losirreverentes.com/, Bogotá, 12 de octubre de 2021.