Lo que César Chávez veía como inevitable es lo que la oficina del censo acaba de confirmar: que cada vez somos más latinos, que la población blanca está disminuyendo y que el destino de Estados Unidos es multiétnico y multirracial.
Es la nueva cara de Estados Unidos.
No es que el país vaya a cambiar. Es que ya cambió. Las cifras son impactantes. Actualmente somos más de 62 millones de latinos en Estados Unidos; esto es un aumento del 23 % en una década. Y seguimos creciendo por la migración y por tasas de natalidad superiores al resto de la población. Hoy casi una de cada cinco personas en este país (18,7 %) es de origen hispano.
Esto tiene enormes implicaciones. Si somos el 18 % de la población, deberíamos tener al menos 18 senadores. Pero solo tenemos seis. Además de Sonia Sotomayor, deberíamos tener a otro miembro hispano en la Corte Suprema de Justicia. Las películas de Hollywood y las series de Netflix deberían tener más actores, productores y directores latinos. Y así podríamos llenar toda una página de cosas que deberían cambiar por nuestra creciente presencia en la sociedad estadounidense. No estoy pidiendo cuotas. Solo el lugar y el espacio que nos corresponde. Estamos en un momento de transición. Estamos pasando de grandes números a un pedacito de poder.
Estados Unidos también es nuestro país. Aunque hablemos español, hayamos nacido en Latinoamérica o llegado recientemente. De hecho, este país se parece cada vez más a nosotros. No es un país blanco.
Por primera vez, desde el censo de 1970, disminuyó la población blanca (no hispana). En una década los blancos pasaron de ser el 63 % del total a solo el 57 % (o 191 millones). Esto, por supuesto, pone muy nerviosos a los supremacistas blancos. Pero, en la práctica, el cambio ya se está dando. Las cifras del censo indican, claramente, que en un país con menos blancos nadie puede llegar a la Casa Blanca o a puestos importantes sin el voto latino. Cada vez habrá menos blancos y más latinos, asiáticos y miembros de minorías. De hecho, según las mismas cifras del censo, hay más de 33 millones de estadounidenses que se identifican con dos razas o más. Por eso es tan importante hablar de diversidad y respetar nuestras diferencias. El respeto a la diversidad cultural, étnica y racial es la única fórmula que tenemos para salir adelante en este país. No hay otro camino.
Nos estamos diversificando hacia dentro y seguimos abiertos al resto del mundo. Hay pocos países así. Aquí somos de todos lados y predomina, a pesar de las resistencias y los prejuicios adquiridos, la idea de ayudar, aceptar e integrar a los que vienen de afuera.
Los inmigrantes —que huyen del hambre y la violencia en Centroamérica— ven y escuchan a través de las redes sociales, de los medios de comunicación y de sus propios familiares que este es un país cada vez más diverso y abierto, y se lanzan al norte con la familia a cuestas. Los resultados del censo —llenos de diversidad— solo refuerzan su decisión de venir.
Estos inmigrantes potenciales tienen más fe en Estados Unidos que muchos estadounidenses. Si no fuera así, ¿cómo explicar las decenas de miles de niños que han cruzado solos la frontera este año? Esos padres están enviando lo que más quieren en la vida —a sus hijos— a un país en el que confían plenamente. Ese acto de fe es impresionante. Y refleja una nación que, en lo más esencial, funciona. Ahí están las cifras del censo para probarlo.
César Chávez tenía razón. El futuro ya llegó y es nuestro. Ahora nos toca cuidarlo.