La política, como arena de lucha y confrontación de ideas, es un terreno donde los debates encendidos, las discusiones apasionadas y las diferencias de opinión son parte inherente del juego democrático. Sin embargo, en el rincón colombiano de la arena política, el fin de semana pasado apareció una nueva pelea entre dos pesos pesados, el presidente Gustavo Petro y su antecesor Iván Duque, que ha dejado a todos con la boca abierta, pero no precisamente por su elevado nivel de argumentación o respeto.
El último episodio de esta saga comenzó cuando, a través de un trino, el presidente Petro responsabilizó al expresidente Duque de haberle solicitado al gobierno de EEUU que Cuba estuviera en la lista de países que ayudan al terrorismo.
Ante lo cual, el expresidente Duque, conocido por su postura crítica hacia regímenes autoritarios, especialmente el de Cuba, le respondió en su cuenta de Twitter criticando a quienes parecían "idolatrar" la dictadura de los Castro y su legado: “Condenan la dictadura de Pinochet, pero idolatran la dictadura de los Castro y sus herederos (…)”.
Si bien es cierto que Duque tiene todo el derecho de expresar su opinión, de todas maneras sus palabras resonaron como un grito de guerra que no tardó en recibir una respuesta igual de contundente por parte del presidente Petro, marcada por la expresión despectiva "me importa un pito", generando con razón un fuerte revuelo en la opinión pública: “(…) Me importa un pito los que se creen demócratas con la sangre de niños colombianos y cubanos en sus manos”.
Más allá de las diferencias ideológicas y políticas entre ambos líderes, la manera como respondió el presidente Petro no era necesaria y, sin lugar a dudas, inaceptable en el contexto de un debate público. Un presidente, cualquiera que sea su filiación política, debe ser un ejemplo de respeto, tolerancia y civilidad, incluso cuando se enfrenta a críticas ferozmente contrapuestas.
El uso de lenguaje soez y despectivo por parte del presidente Petro solo contribuyen a la polarización y al deterioro del discurso político en Colombia. No importa cuán fervientemente uno defienda sus creencias, convicciones o ideologías, pero la responsabilidad que conlleva la dignidad presidencial debe estar por encima de la tentación de lanzar ataques personales.
La política no es un juego de niños en el que los berrinches y las respuestas impulsivas sean tolerables. Al contrario, es un terreno donde se espera que los líderes demuestren la madurez, moderación y, sobre todo, un profundo respeto por las diferencias de opinión.
Los ciudadanos merecen que sus líderes sean capaces de debatir de manera civilizada, presentar argumentos sólidos y defender sus puntos de vista sin recurrir a descalificaciones personales.
En este sentido, decepciona el presidente Petro y pone de manifiesto una falta de autodisciplina y una falta de aprecio por la importancia del respeto en el discurso político. No se trata de censurar las críticas o de negar el derecho a expresar opiniones discordantes; se trata de hacerlo de manera respetuosa y constructiva.
Además, la expresión "me importa un pito" es una muestra de desdén hacia la opinión de Duque y, por extensión, hacia la opinión de los ciudadanos que comparten sus preocupaciones. Un presidente no puede darse el lujo de menospreciar las preocupaciones legítimas de una parte de la población. Su deber es escuchar, comprender y buscar soluciones que beneficien a todos los colombianos. ¡El presidente representa a la nación!
Por eso la respuesta del presidente Petro a las críticas de Iván Duque es un ejemplo lamentable de la manera en que no se debería comportar un líder político, y con esa permanente actitud pendenciera nadie puede tener garantías en el contexto de la paz total o del gran acuerdo nacional.
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Y como dijo el filósofo de La Junta: Se las dejo ahí...
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