Y regresó esa noche, llorando, sin encontrar una explicación a lo que tuvo que asistir: violencia, peligro dentro del estadio, asedio en las afueras, pánico general, destrozos en bienes públicos, caballos heridos, y personas trasladadas en ambulancias o detenidas por la policía. Lo que sería un evento de distracción y pasión sana, terminó convertido en una batalla campal que lo dejó frustrado y sin ganas de volver a exponerse. Un hincha menos y un aficionado decepcionado y alejado de un deporte que debería invitar a la armonía, el civismo y el sentido de pertenencia. ¡Qué tristeza!
Este niño, junto a la gran mayoría de personas que vivieron los acontecimientos del día martes 18 de abril en el Estadio Palogrande, hoy lloran su frustración, mientras las directivas y los jugadores del Once Caldas se concentran en sus negocios y no en los resultados deportivos, a pesar de su afición. Tal vez no se han detenido a pensar lo que significa el equipo para cientos de miles de personas que, independiente de los resultados, le apuestan a la institución y la fortalecen demostrando que creen en ella; o para quienes se abonan año tras año, logrando convertir a su Blanco en uno de los equipos con el mayor número de abonados del país.
Pero no solo eso: la presencia de la Primera línea en los estadios ya es palpable, y mientras los propietarios del Once Caldas se enriquecen con sus negocios, el onceno demuestra su falta de liderazgo y sale a la cancha sin ánimo, sin compromiso, sin enjundia y sin querer esforzarse por mejorar, alimentando la anarquía y el vandalismo. Podríamos decir que el Once Caldas de hoy es el reflejo de la administración municipal; de la ciudad; de la mediocridad verde que encuentra un lucro sustancioso y lo aprovecha, faltándole el respeto a quienes se debe y para quienes existe. Podríamos decir que ese Blanco Blanco es hoy tan desgraciado como el Verde Verde que nos gobierna, y que tanto del uno como del otro solo obtenemos desesperanza, desastres, irrespeto, mediocridad, ineptitud, traición y deslealtad.
No sé que nos pasa, pero Manizales parece agobiada por una de esas plagas bíblicas que asolaron a Egipto, pues por donde miramos solo encontramos desastres: liderazgo perdido; un gobierno nacional empeñado en frustrar nuestros sueños; el volcán en actividad, y los agoreros de tragedias agobiando nuestra economía; un alcalde corrupto como ninguno proponiendo imposibles para beneficiar a unos pocos; un concejo cómplice y, si se quiere, más corrupto y descarado que el propio alcalde; el equipo símbolo de la ciudad rumbo al descenso; los Sabios (otro equipo insignia) trasladado a Palmira; paredes llenas de grafitis y suciedad, reflejo de la anarquía que nos carcome; y la juventud desconsolada viendo cómo un solo individuo acabó con su credibilidad.
¿Muy pesimista? ¡No! Esta es nuestra realidad. Y es la realidad que perciben los niños como el mencionado, que no encuentran explicación alguna ante un deterioro visible que ya trascendió lo físico y ahora se posiciona en lo anímico, moral, ético y, por contera, en las esperanzas de una ciudadanía que se siente atropellada, violada e irrespetada.
Me perdonarán la crudeza, pero los manizaleños no podemos seguir en este estado de indolencia, so pena de despertar ya no en el paraíso del que nos sentíamos tan orgullosos, sino en el infierno que nos diseñó y logró implantar la peor administración de la historia.