¿Y luego el cambio no era hacer lo contrario de lo que se viene haciendo por décadas en el país? ¿Luego el cambio no era acabar con la corrupción, con el tamaño desproporcionado del Estado, con los ladrones que tanto atacó Rodolfo en campaña, con los gastos innecesarios del gobierno, y con los políticos que están empotrados en el aparato estatal desde tiempos inmemorables?
Rodolfo se pregonó como el independiente que acabaría con los vicios que nos tienen asolados, y se presentó como alguien más allá del bien y del mal que, sin llegar a conquistar la voluntad férrea de quienes votamos por él, sí lo consideramos la única opción para acabar con el peligro de la toma terrorista de nuestro país. Porque al quedar como exclusivo contendor en la segunda vuelta presidencial era, repito, la única opción democrática para protegernos del comunismo latinoamericano, que ha demostrado ser la causa del más desolador fracaso en todas las naciones que lo padecen.
Los votos de Rodolfo, entonces, no fueron de electores adeptos convencidos de sus aptitudes, o seguidores conquistados o seducidos por su elocuencia en plaza pública, sino porque el anti petrismo (la mitad del país), no tenía otra forma de expresarse en democracia para evitar el peligro que nos acechaba. Fue la manifestación de media Colombia que pretendíamos evitar el triunfo de un ex terrorista, cuya obsesión siempre fue tomarse el poder a cualquier precio, y agotando cualquier método por mezquino, sucio o fraudulento que fuera, como quedó demostrado en los Petro videos.
Pero no contábamos con que se nos estaba tendiendo una trampa magistral y que, en el fondo, Rodolfo era un peón más en el ajedrez político petrista. Y mientras sacaban del juego a Fajardo y Fico mediante jugadas oscuras y procedimientos soterrados y criminales, fortalecían a Rodolfo quien terminó languideciendo su propia campaña, para asegurar el triunfo de su supuesto opositor. En últimas, pasamos de una contienda electoral con rivales ciertos y claros, a una simulada contienda final que legitimaba la dictadura que se está fraguando en cabeza del electo presidente.
¿Y por qué estas afirmaciones? Bástenos ver que tan solo a 10 días del triunfo de Petro, y en el fragor de los anuncios de lo que será el nuevo gobierno, no hemos visto señales de ningún cambio, con excepción de que la frustrada reforma tributaria que costaba 25 billones de pesos, se transformó en otra cuyo costo es de 50 billones de pesos; y que las Farc, que hasta ayer ejercían un poder subterráneo, hoy lo ostentan sin vergüenza alguna y con la aquiescencia del gobierno entrante. ¿Y qué dice su brazo armado ilegal encarnado en la primera línea? ¡Nada! Porque, por ahora, obedece las directrices de sus fundadores que se preparan para asumir el poder.
De resto, ¿qué tenemos? El dominio político de los caciques tradicionales; mermelada por montones para quienes se arriman al nuevo gobierno; traición de la sucia clase política; fortalecimiento de los grupos de delincuencia organizada; complacencia con el poder del narcotráfico; solicitud de impunidad para los terroristas destructores del país; y pago de promesas a delincuentes condenados, terroristas detenidos, corruptos procesados y, principalmente, compensación al grupo directivo (¿o delictivo?) de su campaña que urdió la eliminación de sus contrincantes políticos.
Y Rodolfo dice que empezó el cambio. ¿Cuál cambio? Todo indica que la mitad del país caímos en una trampa y que los políticos tradicionales, al darse cuenta de que en muy poco tiempo la institucionalidad se perderá del todo, se están arrimando al bote de salvación de este naufragio llamado Colombia. Y mientras tanto Rodolfo, que ya perdió su vergüenza, nos da la espalda a sus electores y se declara aliado del nuevo gobierno, a pesar de que los vicios que supuestamente quería acabar se están incrementando. ¡Y el cambio entonces fue acabar la oposición que es tan necesaria en las democracias!