El futuro político de Die Linke es, pues, incierto. Algunos piensan que es el fin de ese partido. El grupo parlamentario de Die Linke ya no existe. De los 39 diputados que tenía en 2021, ya solo quedan 28. Para formar un grupo parlamentario se requieren en Alemania al menos 37 diputados. Y al no pertenecer a ningún grupo parlamentario Die Linke no podrá presentar proyectos de ley, ni formular preguntas al gobierno y su tiempo de palabra en las sesiones plenarias de debate será reducido.
Die Linke había hecho parte de 13 gobiernos de coalición a nivel provincial con partidos más fuertes, como los socialdemócratas de Olaf Scholz (SPD), los Verdes, los ultraliberales de Demócratas Libres. Gracias a esa alianza, y a las concesiones ideológicas indispensables, Die Linke tuvo algunos ministros. Pero estos ejecutaron políticas que las secciones más radicales de ese partido repudian como las privatizaciones de empresas y las deportaciones de inmigrantes ilegales. Die Linke también reconoció el derecho de Israel a defenderse del terrorismo palestino --- el apoyo incondicional a Israel es en Alemania una condición para hacer parte de cualquier gobierno--, y apoyaron las sanciones económicas europeas contra Rusia y sus oligarcas en represalia por el ataque a Ucrania el 24 de febrero de 2022.
Die Linke fue creado en 2007 con los restos del disuelto partido comunista de la ex RDA, con fracciones de izquierda del viejo partido socialista y otras alas de grupos “centristas” y “anticapitalistas”. Fueron vistos como una prometedora formación de “protesta razonable” pero en su manifiesto de 2011 emergieron temas litigiosos, como eso de debilitar las estructuras de la alianza occidental, y “disolver la OTAN y sustituirla por un sistema de seguridad colectiva que englobe a Rusia”.
Es la primera vez desde los años 1960 que un grupo parlamentario alemán desaparece en mitad de su mandato. El acto que precipitó ese colapso fue el portazo que le dio a su propio grupo Sahra Wagenknecht, 54 años, la controvertida vedette de la izquierda radical alemana. Con ella se fueron 9 diputados de Die Linke, que crearon un grupúsculo llamado BSW (Alianza Sahra Wagenknecht) que aspira a convertirse en un nuevo partido de izquierda “para frenar a la extrema derecha”.
La activista Wagenknecht, que había orientado ese grupo parlamentario de 2015 a 2019, se dedicó a atacar a los dirigentes de Die Linke en los últimos meses y a preferir sus apariciones en televisión para promover sus libros. Originaria de la ex RDA, ella se cree la reencarnación de Rosa Luxemburgo y no oculta que su ambición es adoptar una línea de rígido marxismo-leninista tipo RDA, lo que era bien visto por la juventud de Die Linke pero rechazado por la mayoría de las bases. Otro rasgo importante de Sahra Wagenknecht: admira a Vladimir Putin y critica a los refugiados ucranianos que llegan a Alemania desde la agresión rusa en 2022. Ella pide que cesen las sanciones económicas de la Unión Europea contra Rusia. En cuanto a América Latina ella apoyó en el Parlamento Europeo la dictadura de Hugo Chávez y Nicolas Maduro y los intereses de Mercosur, entre otras cosas.
La noticia de la crisis de Die Linke es interesante también para Colombia. Ese partido apoyó las tendencias extremistas que crearon desórdenes violentos en América Latina y las jornadas semi insurreccionales en Colombia en 2021. Hasta antes de la escisión, Die Linke mostró simpatías con la agenda de Gustavo Petro. Pero desde el insulto de Petro a los alemanes por deplorar la caída del muro de Berlín, en su viaje de junio pasado, y las frases dementes donde el mandatario colombiano afirmó, hace unos días en la Cap 28, que “Hitler está golpeando las puertas de los hogares de la clase media europea y norteamericana, y muchos ya lo han hecho entrar”, berrido que el gobierno alemán rechazó como “inaceptable” y “brutal”, Petro se ridiculizó y Berlín podría dejar de verlo como un político serio. La Fundación Rosa Luxemburg, controlada por Die Linke, financia con aportes oficiales algunos proyectos de izquierda en el continente. La crisis de Die Linke podría significar la liquidación de esa fundación.
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(2) Prestigiosas universidades americanas gangrenadas por el antisemitismo
Eduardo Mackenzie
Este 5 de diciembre, una audiencia en el Congreso de Estados Unidos sobre el antisemitismo en las universidades americanas reveló hasta qué punto los directivos de tres grandes universidades hacen parte de esa putrefacción.
Las directoras de tres universidades prestigiosas --Claudine Gay (Harvard), Sally Kornbluth (MIT) y Elizabeth Magill (Universidad de Pensilvania)--, fueron interrogadas por miembros de la Comisión de Educación de la Cámara de Representantes. Las respuestas ambiguas de esas eminentes señoras causaron asombro en Estados Unidos, Europa e Israel. Entre ellos había diputados republicanos particularmente enojados contra los rectores de esas universidades.
“El antisemitismo que hemos visto en sus campus no surgió de la nada”, subrayó Virginia Foxx, diputada republicana de Carolina del Norte y presidenta de dicha comisión. La pregunta central buscaba saber si esas directoras respaldaban o creían poder ser neutras ante el llamado de ciertos grupos a lanzar una “intifada” en esos centros educativos contra los estudiantes judíos, o si ese llamado debía ser o no sancionado por las universidades. Las respuestas de las tres directoras fueron escandalosas por sus tergiversaciones.
Intercambios acalorados
Un momento candente surgió cuando Elise Stefanik, representante republicana del Estado de Nueva York y exalumna de Harvard, interrogó a Sally Kornbluth. “¿Puede usted responder afirmativamente a la siguiente pregunta: ¿Exhortar al genocidio de judíos es una violación de las normas del MIT sobre intimidación y acoso?”. Kornbluth respondió con una evasiva: “No si se dirige a personas que no hacen declaraciones públicas”. “¿Sí o no?”, insistió la diputada republicana. La Kornbluth se fue entonces por las ramas: “No he oído llamados al genocidio de judíos en nuestro campus (...) eso sería objeto de una investigación como acoso, si es generalizado y serio”. La respuesta de Elizabeth Magill fue igualmente mediocre.
La respuesta que más causó indignación fue la de Claudine Gay (de Harvard) a esa misma pregunta: “Eso depende, del contexto” (...) “¿Qué contexto?”, repreguntó Elise Stefanik. “Si un individuo es tomado como objetivo”, respondió la directora de la universidad de Harvard. “Si el discurso se convierte en una conducta, esto puede ser acoso”, continuó Claudine Gay. Elise Stefanik no aceptó esa respuesta: “¿El discurso de acoso no es en sí inaceptable?”. A lo que Claudine Gay, evasiva, manifestó: “Podría tratarse de acoso”.
“¡Eso no depende del contexto! Los estudiantes judíos son tomados como objeto. ¿No comprende usted que su testimonio los deshumaniza, no comprende que deshumanizarlos es es antisemitismo? La respuesta es sí y es por eso que usted debería dimitir”, le lanzó Elise Stefanik. Sobre las respuestas de las otras dos directoras la representante republicana agregó: “Son respuestas inaceptables en todos los ámbitos”. Visiblemente exasperada, pidió la dimisión de las tres directoras de universidad.
La masacre sin precedentes de la organización terrorista Hamas contra Israel el 7 de octubre pasado aumentó las tensiones en muchas universidades estadounidenses. En Harvard en particular más de treinta grupúsculos pro-palestinos acusan a Israel de “toda la violencia que está ocurriendo” y los insultos antisemitas crecen dramáticamente. La audiencia en cuestión, patrocinada por el Congreso americano, fue una reacción a ese escándalo nacional. Entre los diputados había algunos particularmente descontentos con el clima que viven esas universidades y en la de Columbia, New York.
Tres días después del acalorado debate, en la noche, bajo el fuego de las críticas, la directora de Harvard, Claudine Gay, pidió que la perdonaran por sus respuestas sobre el antisemitismo en la universidad. Tal actitud fue tomada luego de saber que el rabino David Wolpe había anunciado su renuncia a ese cargo en la universidad y que el Congreso de Estados Unidos se dispone a abrir una investigación sobre el “antisemitismo desenfrenado” en las universidades americanas. En consecuencia, 74 miembros del Congreso americano exigieron la renuncia de la directora de la universidad de Harvard. Y la Cámara de Representantes aprobó (311 a favor, 14 en contra) una moción republicana que estipula que el antisionismo es una forma de antisemitismo.
En un sitio web, Claudine Gay se declaró “apenada” y admitió que sus palabras ante la Comisión de Educación del Congreso habían “ampliado la angustia y el dolor” y aclaró que la universidad de Harvard no tolera los “llamados a la violencia”. “Aquellos que amenazan a nuestros estudiantes judíos tendrán que rendir cuentas” fulminó. La onda de choque se extendió a la universidad de Columbia donde dos grupos de estudiantes pro-palestinos fueron suspendidos de actividades.
Las lágrimas de Claudine Gay y de las eventuales excusas de las otras directoras de universidad no serán suficiente para corregir el rumbo de esos centros. El mal es profundo y el Congreso americano deberá ir a fondo del problema si quiere contribuir a poner las cosas en orden. El trabajo intelectual y académico serio está cediendo el paso en los campus a “estudios” bizarros, cuando no viciados, fundados en especulaciones racialistas y racistas que atraen cada vez más no sólo estudiantes sino profesores (muchos de éstos temen las “listas negras” que hacen los activistas para que los estudiantes los eviten). Las clases sobre teoría de género y transactivismo, feminismo radical, ecología, “crisis climática” y extinción de la vida y el islam-izquierdismo, se multiplican. Así como “cursos” polémicos sobre la paz a cualquier precio y sin libertades, el antirracismo, el decolonialismo, el identitarismo (negros, latinos, asiáticos, señalados los unos como “oprimidos” y “víctimas del hombre blanco occidental”). Todo eso degrada la calidad del saber y bloquean los estudios indispensables que son vituperados como esquemas supuestamente obsoletos.
Eso sin hablar del clima social opresivo de insultos y mítines frecuentes en el que los estudiantes judíos, sobre todo después del 7 de octubre, son objeto de actos de hostigamiento, vandalismo y agresión y señalados como “blancos” y “privilegiados”. Según el canal de televisión i24 News, los incidentes antisemitas, desde el 7 de octubre pasado, aumentaron en esas universidades de 388% respecto del año pasado. El historiador Victor Davis Hanson, escribió ayer sobre estos temas en la revista Townhall y confirmó que actualmente, en las principales universidades americanas, “no pasa un día sin que un profesor o un grupo de estudiantes hagan profesión de odio antisemita” y que “a menudo amenazan y atacan a estudiantes judíos o participan en protestas masivas que piden la extinción de Israel”. Él explica que el número creciente de estudiantes venidos del Medio Oriente, que disfrutan de generosos subsidios de sus gobiernos para el pago pleno de las costosas matrículas, contribuye a ese estado de cosas.