Una vez más, grupos de jóvenes histéricos manipulados y dirigidos por matones, algunos utilizando granadas de guerra y barras metálicas y otros con pistolas y Kalasnikovs, y la mayoría armados con morteros de pólvora y bidones de gasolina, piedras y cuchillos, han sembrado el terror y la devastación en más de 30 ciudades del Hexágono.
Pretextando que piden “justicia por Nahel”, atacaron 147 alcaldías e incendiaron y pillaron escuelas, bibliotecas, estaciones de policía, edificios públicos, guarderías infantiles, farmacias, cuarteles de bomberos y armerías. Miles de autos, buses y tranvías fueron quemados. Doscientos supermercados y 2 800 establecimientos comerciales grandes y pequeños fueron saqueados. En cinco días de insurrección, cerca de 700 policías y gendarmes que luchan para contener esa barbarie fueron heridos y 3.200 energúmenos fueron detenidos.
Sin embargo, en la madrugada del domingo 2 de julio, las turbas criminales fueron más lejos. El domicilio del alcalde de L'Haÿ-les-Roses, una comuna a 5 km de París, fue atacado. Los sediciosos trataron de irrumpir en la casa del burgomaestre Vincent Jeanbrun, quien permanecía en su alcaldía esperando el asalto de la chusma. Esta evitó el edificio municipal y lanzó, a las dos de la mañana, un vehículo lleno de gasolina que derribó el portal de la residencia e incendió tanto el vehículo robado como el de la familia.
Al escuchar el estallido y ver las llamas y la humareda, la esposa del alcalde y sus dos hijos, de 5 y 7 años, trataron de escapar por el jardín trasero del hogar. Cuando salieron, los asaltantes les lanzaron cocteles incendiarios. Finalmente, los tres lograron refugiarse en una casa, luego de escalar un muro vecino. En ese trance, la mamá resbaló y se quebró una pierna y uno de los niños fue herido en el rostro. La señora fue hospitalizada y operada horas después.
Miembro del partido de centro-derecha Los Republicanos, Vincent Jeanbrun denunció esa emboscada como un “intento de asesinato de una cobardía inimaginable”, y como un “acto digno de una guerra civil”. Stéphane Hardouin, el fiscal de Creteil, abrió una investigación por intento de asesinato. Las pruebas recogidas muestran que el carro en llamas fue lanzado con el propósito de asesinar al alcalde y a su familia. La policía científica halló “un acelerador de fuego en una botella de Coca-Cola”. El fiscal declaró: “Todo fue magistralmente orquestado y sin consideración por las vidas dentro de la casa”.
La víspera de ese hecho, en un muro de la alcaldía apareció una amenaza contra el alcalde: “Sabemos dónde vive. Vamos a quemarlo vivo”. Vincent Jeanbrun había reforzado por eso la seguridad de su alcaldía con barreras metálicas y coronando los muros con una alambrada. Esa noche, él y los ediles habían resistido con éxito, con ayuda de la policía municipal, una fuerte arremetida contra la alcaldía. Frustrados, los criminales montaron entonces la operación destinada a matar al alcalde y a su familia.
Ese atentado desató una onda de estupor en el país. El ministro del Interior, Gerald Darmanin, varias figuras del partido LR, y la primera ministra Elizabeth Borne, se desplazaron hasta el domicilio del alcalde. Borne lanzó: “Los culpables de estos actos odiosos serán castigados con gran firmeza”. Los altos funcionarios expresaron su solidaridad a Jeanbrun y anunciaron “medidas suplementarias” para contener a los violentos. En realidad, no hubo órdenes precisas. Solo aumentaron a 45 000 el despliegue nacional de policías y gendarmes en las calles.
En cuanto a Jean-Luc Mélenchon, cabeza visible de la extrema izquierda más virulenta, dijo, “compartir el pavor de la familia Jeanbrun”. Cuatro días atrás, Mélenchon insultaba al presidente Emmanuel Macron y a “los perros guardianes” que pedían calma. El jefe extremista invitó incluso a la asonada: “Los perros guardianes nos ordenan llamar a la calma. Pedimos justicia. Retiren la acción legal contra el pobre Nahel. Suspendan al policía asesino y a su cómplice que le ordenó disparar.” Admirador de Putin y Maduro, Mélenchon pretende destruir el capitalismo y la democracia usando como ariete la agitación islamista y la criminalidad de las barriadas más afectadas por el separatismo y el tráfico de drogas. Su otra consigna de batalla es “Disuelvan a la policía”.
Solène, una internauta indignada, le respondió al jefe de la “France insoumise”: “Que raro, ¡no te oímos decir nada por el asesinato de la pobre Lola de 12 años que era un ángel y que no intentó matar a los policías aplastándolos! No te oímos hablar de ese migrante que intentó degollar a bebés en sus cochecitos en Annecy; en cambio lloras por un delincuente multirreincidente. ¿Qué te pasa? Podredumbre va.”
Compasivo con los delincuentes y autor de la infame consigna “La policía mata”, Mélenchon es visto por la derecha y el centro como el instigador de los desmanes actuales. Algunos piden levantar la inmunidad de Louis Boyard, un diputado melenchonista que se jacta de haber sido un “dealer”. Tras el atentado contra la familia de Vincent Jeanbrun, Mélenchon culpó de nuevo a la policía y a “los ricos y potentados”, y deploró sin más, en gesto táctico, el atentado contra el alcalde de L'Haÿ-les-Roses. Dos conocidas periodistas, Geraldine Woessner y Charlotte d’Ornelas, rechazaron esas lágrimas de cocodrilo y dijeron que el discurso de Mélenchon es un “llamado irracional a la sedición”. Es más, dentro de su propia coalición, la Nupes, Mélenchon es fustigado por no llamar a la calma. Hasta un diputado comunista gritó: “Los melanchonistas son completamente obtusos, [Mélenchon] es totalmente irresponsable”.
A pesar de la presión izquierdista, que inunda la televisión con imágenes y comentarios laxistas, la opinión pública no se muestra dispuesta a aceptar las motivaciones de los vándalos. No aceptan la propaganda de que la policía francesa es racista y muchos acusan a la madre de Nahel de no haber educado a su hijo. Tampoco aceptan culpar sistemáticamente a la sociedad y a las instituciones por lo que ocurre. Tres sondeos revelaron esa saludable actitud: uno dice que el 70% de la opinión está a favor de llamar al Ejército para que intervenga en las calles y que el gobierno declare el estado de conmoción interior. Otro alto porcentaje pidió que la ley marcial sea aplicada en los barrios atacados. Políticos conservadores, como Nicolas Lacroix, piden una ley que le permita a los departamentos suspender los subsidios y otros beneficios a las familias de menores en caso de condena penal por delitos relacionados con los disturbios, como las ayudas por desempleo, de vivienda y de comedor escolar. Como Macron ve como “excesivas” esas medidas, un sentimiento de inseguridad y de ira por la cobardía del gobierno gana más y más adeptos en casi todos los sectores.
Las mayorías tampoco condenan a la policía por la suerte corrida por Nahel. La policía de tránsito lo había detenido 15 veces por no obedecer las órdenes y conducir como loco motos y vehículos sin tener licencia de chofer. El 27 de junio, Nahel rechazó de nuevo un control de tránsito durante una carrera frenética de 25 minutos que estuvo a punto de atropellar a varios peatones. La investigación de lo ocurrido en la Mercedes que conducía el adolescente no ha concluido, pero un video donde aparece el policía que disparó creó una onda de furor.
Aunque el policía fue detenido por las autoridades, la madre de Nahel, dirigió una “marcha blanca” desde el techo de un camión y animó la revuelta. Desde ese instante estallaron los disturbios.
La respuesta anti insurreccional del gobierno fue lamentable. Se limitó a hacer frases bien sentidas y a enviar policías y gendarmes a las calles con instrucciones de no entrar en contacto con las turbas furiosas. La idea es que la tormenta se calmará por sí sola. Cuando creían que la revuelta decrecía, ocurrió el intento de quemar vivos al alcalde Jeanbrun y a su familia. Algunos estiman que, tras una pausa, el caos volverá, como en la insurrección de 2005, que duró 15 días.
Exasperada, la población afectada pide que la represión sea enérgica y coherente. Unos creen ver el nacimiento de un fascismo popular nauseabundo. Otros ven una guerrilla uniformada cuyos actores muy móviles disponen de stocks permanentes de morteros incendiarios, que utilizan con habilidad de día y de noche. Ven que la policía captura a cientos de incendiarios, pero éstos son dejados en libertad horas después por ser menores. Las redes sociales se llenan de pedidos en defensa no solo de la República sino de la esencia misma de Francia: “Es hora de combatir a esos grupos violentos que odian a Francia y buscan destruirla”.
Pero ciertos tabús reaparecen. A pesar de que la violencia recurrente está arruinando la política exterior de Francia (Macron tuvo que aplazar la visita oficial del rey Charles III hace semanas, durante los disturbios contra la reforma de la ley sobre la jubilación, y ayer tuvo que abstenerse de ir a una visita oficial a Alemania), nadie exige investigar a fondo quien dirige la insurrección, qué objetivos tiene, quienes financian y coordinan los asaltos. Tampoco exigen sanciones para los políticos que alientan la violencia. No ven qué papel está jugando en los desórdenes el narcotráfico. Pocos se interrogan por qué en Marsella, Lyon y Grenoble, las tres ciudades más afectadas por el tráfico de drogas, los disturbios han sido los peores. Ni por qué se da la paradoja de que los motines son casi inexistentes en los barrios de esas ciudades donde los narcos controlan el terreno.
Otro detalle final, pero no el menos importante: la nueva ola de violencia ha hecho que la ciudadanía reconozca casi unánimemente el coraje y la abnegación de la policía frente a las hordas anti-Francia. Ven que la fuerza pública preservó, una vez más, al país del derrumbe. Los alcaldes salen también reforzados de esa batalla. Todos les hicieron frente a los ataques sin huir de sus despachos, aún en las noches más duras. El ejemplo máximo de coraje lo dio Vincent Jeanbrun. El propuso que hoy, en todas las ciudades, se organizaran marchas y reuniones públicas con los alcaldes para que éstos recibieran el respaldo de la gente, de los ediles, de las autoridades y de los parlamentarios, para lanzar un grito de advertencia contra los amotinados. Ese llamado fue un éxito. Hubo mítines en decenas de ciudades. Ante la fachada de la alcaldía de L'Haÿ-les-Roses, Jeanbrun pidió un “nuevo salto republicano”, recordó el atentado y señaló: “Ayer vimos la verdadera cara de los amotinados, es la cara de los asesinos”; “ellos querían quemar vivos a mi esposa y a mis hijos”. Y agregó: “Más que nunca, nuestra República y sus servidores están amenazados”. “Es la democracia misma la que está bajo ataque. Cada uno de sus símbolos ahora está en el punto de mira: nuestros ayuntamientos, nuestros funcionarios electos, maestros, nuestras fuerzas del orden y los servicios públicos están en peligro. Incluso nuestros médicos y trabajadores de correos ya no entran en ciertos barrios. Eso no puede durar y no durará”; “somos miles, somos millones y no abandonaremos nuestro compromiso”. Y concluyó: “¡Ya basta!”, antes de que la multitud respondiera “¡Ya basta!”.