Nos encontramos en un ambiente geopolítico de gran volatilidad que amenaza los precios de la energía en todo el mundo, detonado por el cruento e injustificado genocidio de Vladimir Putin contra el pueblo ucraniano que resiste con valentía y coraje. La guerra ha alterado los precios globales de insumos como la urea y el fosfato, entre otros, al igual que el precio de productos como el trigo y el aceite de girasol, que juegan un papel central en la producción de alimentos; y ni que decir de metales como el cobre, el hierro y el níquel: los dos países envueltos en esta situación deleznable son actores protagónicos, por eso la incertidumbre actual se traduce en sobre costos monumentales para quienes importan esos productos.
En el caso de la energía la situación es más crítica, porque la dependencia de muchos países europeos en las exportaciones de gas provenientes de Rusia se ha transformado en una amenaza latente. En el caso del petróleo, por su parte, el peso de Rusia como exportador ha hecho que la guerra sea un factor que permite el aumento del precio del crudo, encareciendo los costos de producción de millones de empresas en todo el planeta.
Ante esta volatilidad e incertidumbre, el pragmatismo se ha vuelto a convertir en un camino para las relaciones internacionales, en las que lo importante es conseguir energía, y, por supuesto, hidrocarburos, al precio que sea. Uno de los beneficiarios de ese peligroso e inconsistente pragmatismo es Nicolás Maduro, el dictador de Venezuela, quien ha recibido como una especie de espaldarazo la negociación con Chevron para que la compañía pueda volver a explorar, producir y exportar crudo desde Venezuela. En pocas palabras, Maduro quiere aprovechar la situación energética global para hacer una especie de trueque, en el que, a más capacidad de producir crudo venezolano, más respeto y tolerancia con su gobierno totalitario y violador de los derechos humanos recibirá.
La semana pasada una misión de la Organización de las Naciones Unidas presentó un escalofriante reporte en el que se muestran a profundidad los crímenes de lesa humanidad que el régimen de Maduro, a través su Servicio Bolivariano de Inteligencia -SEBIN- comete de manera sistemática y que ameritan, según las recomendaciones del reporte, la acción efectiva de la Corte Penal Internacional.
Dicho todo esto, permitirle a Maduro reconstruir un aparato de producción de petróleo que él mismo destruyó es premiar sus atrocidades. El petróleo que saldrá de Venezuela, si esto ocurre, será un crudo en el cual va la sangre de ciudadanos indefensos, opositores, periodistas y millones de personas que han dejado el país para encontrar refugio y esperanza en otros lugares.
Maduro y Putin son la misma cosa. Son dictadores, asesinos, criminales de lesa humanidad y violadores de derechos humanos. El mundo no entendería sanciones a Putin y respeto a Maduro, cuando este último ha hecho al pueblo venezolano lo que Putin le ha hecho al pueblo de Ucrania. En pocas palabras, la dignidad de un continente democrático y la dignidad del pueblo venezolano no pueden negociarse, sencillamente porque cualquier acuerdo con Chevron tendrá como producto final un petróleo sangriento.
https://elpais.com/, Cali, 6 de octubre de 2022.