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Eduardo Mackenzie   

La llegada de Gustavo Petro a la Casa de Nariño, marca el fin de la “nation building” de Colombia. Un extraño conglomerado de fuerzas ha ganado, por ahora, contra el país. Los colombianos tenemos dificultades para darnos cuenta del impacto directo de la geopolítica mundial sobre nuestro destino. Vemos con ojos de miope la acción de Putin y su guerra de Ucrania, la cual resulta de su obsesión por reconstruir el imperio ruso-soviético. Percibimos apenas la convergencia entre China, Rusia e Irán para imponer a mediano plazo una era antidemocrática mundial. ¿Cómo encaja en eso la llamada “elección” de Petro? De ninguna manera, dicen los entendidos. De pronto descubrimos que unidades del Batallón Wagner ruso están ya en Venezuela (y no solo en Ucrania, Malí, Libia y Mozambique), y que Xi Jinping espera ampliar considerablemente la inversión para sacar hacia China recursos energéticos de Colombia. Pero nada de eso nos quita el sueño. 

Podemos recordar la acción de presidentes como Mariano Ospina Pérez y Carlos Lleras Restrepo. Hemos visto, entre otros, los desempeños de Guillermo León Valencia, de Turbay Ayala, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe. Ellos y nuestros otros presidentes, con la excepción de JM Santos, a pesar de sus dudas y errores, estuvieron empeñados en preservar, como mínimo, tanto la libertad como el orden, inscritos en el escudo de Colombia. ¿Lo hicieron bien? Sin duda. Ellos combatieron el atraso, la subversión, el terrorismo. El país avanzó, se mejoró, venció enormes dificultades. El compromiso de ellos era claro: trabajar sin contar las horas en la protección del bien común y de los individuos, en hacer respetar los derechos constitucionales y la soberanía nacional, sin que sus matices sobre el bipartidismo y la democracia en general, desde el prisma liberal y conservador, los alejaran de esos cimientos.

Gustavo Petro no es ni será jamás eso. No será el presidente de los colombianos, ni alguien que trabajará duro por Colombia. Él no tiene las referencias de sus antecesores. Él está lejos de tales valores y reflejos. Su desempeño obedece a otras leyes, a la nueva configuración mundial en ciernes, que no es la nuestra pero que avanza muy rápidamente en América Latina.

El triunfo de Petro es un elemento que se agrega, como algo espectacular, al actual engranaje anti-occidental. 

Petro tiene como meta romper los equilibrios, pues él, sinceramente, los considera perniciosos. Eso es lo que él llama “cambio”. El cambio que quiere la hegemonía en ciernes. Su compromiso no es, entonces, con el cambio, ni con la innovación, ni con la felicidad humana, sino hacer tabla rasa de lo que existe. Al obrar así, Petro cree defender el campo del bien, contra el campo del “egoísmo, de “los nazis” y del “imperialismo”. Para ser coherente, atacará la Constitución para poder derribar el andamiaje institucional. Esa es la metodología del chavismo.

El avance de Gustavo Petro no se explicaría si no hubiera la gran batalla de Rusia, China e Irán por construir un nuevo orden mundial bajo su dictado, en un mundo cada vez más conectado y articulado.

Cuando el expresidente Álvaro Uribe accede a dialogar con Petro, cuando fracciones del liberalismo y del conservatismo anuncian que están dispuestas a llegar a acuerdos con Petro, cuando la clase política evita adoptar una línea de oposición de ruptura y se niega a pedir una investigación de lo que hizo la Registraduría, y cuando los principales medios se disponen a entrar en hibernación neutralista, vemos cuán impreparados y ciegos estábamos ante incidencias de este género.

Petro no hará lo que dice por solo capricho. Él está convencido de que, del caos, incluso sangriento, sale siempre un mundo mejor. A eso alude Francia Márquez cuando habla de “vivir sabroso”. Tales son los referentes del “presidente electo”.

Para definir lo que él busca no podemos acudir a la fórmula ingenua de “populismo de izquierda”. El caso Petro es más complicado. Su obsesión anticapitalista y de lucha de clases, es contrario no solo a la democracia representativa. Ni la misma “democracia participativa” del progresista Alain Touraine le interesa. Tampoco creo que lo de él sea el mesiánico artilugio que Soros llama “democracia global”.

Petro se ubica ideológicamente en la franja dura del trio antioccidental Rusia-China-Irán. Su desempeño como presidente atenderá las exigencias de ese bloque, no las de los colombianos. Los intereses del país sólo importan, según él, si se articulan de alguna manera al proyecto del orden mundial en ciernes. 

La brutalización de sus rivales durante la campaña electoral, la violación de las reglas del escrutinio electoral, la aceptación explicita del apoyo de organizaciones narco-comunistas, de extraditables, de condenados por corrupción, de jefes terroristas escondidos en Venezuela, no hacía parte de los usos y costumbres de la sociedad colombiana, ni de sus partidos.

Es más, ni los comunistas de los años 1980-90 obraron así. El PCC siempre cultivó, por ejemplo, una fachada hipócrita, respecto de las Farc. Con mentiras mantenía una ficción, una distancia, en sus textos. Temía ser tratado como el brazo político que era de las Farc. Con Petro esos diques ya no existen.

El desconocimiento de lo que Gustavo Petro representa, o la incapacidad para ver lo visible, explica el fenómeno de cobardía del bando contrario, de los partidos anti Petro que aceptan ahora conversaciones y hasta colaborar con él en ciertos temas indefinidos, para mendigar un juego de presencia en el mundo que no afecte los planes del cambio socialo-comunista. Esa ceguera la pagará el país de manera catastrófica.

Hay otras líneas de orientación de la acción petrista. La principal: el “socialismo del siglo XXI” de Hugo Chávez, que es, en realidad, un socialismo flexible, improvisable, según las circunstancias, del que cuelgan dos tejidos más: un culto de la personalidad y un voluntarismo expansionista que llevó a Venezuela a crear una oligarquía militar y a agotar la riqueza nacional para reforzar la dictadura cubana y los planes totalitarios de la hegemonía en ciernes. El progreso rápido de esas fuerzas en una decena de países del continente, y hasta en España y Francia, no existiría sin esa siniestra constelación.

Ese es el perfil del nuevo poder gubernamental que emerge de la pretendida “elección” presidencial del 19 de junio en Colombia.

Petro no es un político como los demás, por dos razones: 1.- Por el sistema de pensamiento y compromisos que lo orienta y 2.- por el papel que juega la violencia, física y moral, en su trayectoria política. Sin esa violencia, un movimiento minoritario, pero con inmensos apoyos externos, no habría alcanzado su objetivo.

El expresidente Uribe debería tener en cuenta esas realidades antes de reunirse con Petro. Igual consejo para los jefes liberales y conservadores que tratan de venderle a sus bases una línea de rendición ante la Colombia Humana. 

@eduardomackenz1

Publicado en Columnistas Nacionales

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