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Carlos Salas Silva      

Cuenta Silvio Rodríguez, en una de sus más conocidas canciones, la historia de tres hermanos cuyas miradas son distintas las unas de las otras.

El primero, “para nunca equivocarse o errar, iba despierto y bien atento a cuando iba a pisar” y “se hizo viejo queriendo ir lejos con su corta visión”. Conclusión: “Ojo que no mira más allá no ayuda al pie”

El segundo, “para nunca equivocarse o errar, iba despierto y bien atento al horizonte” y “revolcado siempre se la pasó y se hizo viejo queriendo ir lejos a donde no llegó”. Conclusión: “Ojo que no mira más acá tampoco fue”

El tercero, “para nunca equivocarse o errar, una pupila llevaba arriba y la otra en el andar” y “su mirada estaba extraviada entre el estar y el ir”. Conclusión: “Ojo puesto en todo ya ni sabe lo que ve”

En la tan extraña situación que nos encontramos, ya no sabemos si mirar a miles de kilómetros -lo que en un mundo globalizado parece poco- o continuar mirando acá desentendidos de lo que ocurre allá -lo que desde este punto de vista se hace tan lejano- o mirar allá mientras miramos acá, creyendo que cumplimos un deber como ciudadanos de un país pero también del mundo es decir, como lo define la Oxfam, un ciudadano global  que conoce y comprende el mundo y su lugar en él, toma un papel activo en su comunidad y trabaja con otros para hacer que nuestro planeta sea más igualitario, justo y sostenible. Aunque también podríamos optar por cerrar los ojos y quedarnos quietos para no ir a tientas.

Ninguna de esas opciones trae buenos resultados y por eso patinan en un piso resbaloso aquellos ya acostumbrados a pontificar desde la tribuna que se les construyó para su muy poco noble o apenas noble ambición de ser presidentes del país. Esa jugada del destino los tomó por sorpresa, dejaron de ser los protagonistas en los medios y en las redes pasando a un segundo lugar justo cuando estaban en la misma posición de Sancho aspirando a gobernar la ínsula Barataria, lo que lleva a don Quijote a advertirle: “del conocerte, Sancho, saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey”.

Lo de Ucrania estaba anunciado desde hace ya largo tiempo, Putin nunca ocultó sus intenciones mientras que Occidente, sin liderazgo por la pobre condición física, mental y moral del presidente de la potencia mundial, asumió posturas ambiguas que de nada sirvieron para disuadir. Lo que no se sabía era la fecha de la operación militar del ejército ruso sobre Ucrania, la que se le vino a catalogar de invasión ya perpetuada y no antes por la prudencia que raya con la cobardía de cierta diplomacia.

Y en Colombia… “óyeme esto y dime, dime lo que piensas tú”..., se alteró particularmente la agenda del progresismo de izquierda para la toma del poder “por las buenas”, es decir validada con unos votos siguiendo la estrategia, tan conocida, de la combinación de todas las formas de lucha incluido el paro armado, cuando su delirante candidato dejó de ser el centro de atención lo que lo llevó a una muestra más de arrogante vanidad con su ya muy conocido “Qué Ucrania ni qué ocho cuartos”.

Por el otro lado hay quienes habrían visto con buenos ojos una operación militar liderada por USA para sacar a Maduro del poder y que ahora se escandalizan con lo hecho por los rusos. Claro que eso ya se les olvidó. No se puede negar que, por lo muy complejo de la situación, los medios pueden manipular la opinión general.

Ojalá esta turbulencia lleve a una reflexión seria sobre nuestro destino que estará en juego en las muy cercanas elecciones parlamentarias. Cada quien con su punto de vista criticará o aplaudirá a Putin, a Zelenski, a Biden, a la Unión Europea, a los nacionalistas, a los independentistas, a los globalistas o a quien sea con tal de que tome consciencia de que nos estamos jugando nuestro destino.

KienyKe, marzo 1 de 2022.

Publicado en Columnistas Nacionales

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