Casi todos los expertos coinciden en que la caída de Chile en las garras de la ultraizquierda se ha debido a un discurso derrotista que ha predominado durante muchos años, una narrativa en la que se han desconocido los grandes avances de ese país y se ha exacerbado el tema de la desigualdad.
Los promotores de ese discurso —como el mismo presidente electo Boric y su vocera de gobierno Camila Vallejo—, han satanizado a la clase empresarial chilena y han enfatizado en que es más importante combatir la desigualdad que la pobreza, con lo que demuestran que lo suyo es una guerra al capitalismo, o sea un comunismo puro y duro que iguala a todos, pero en la miseria.
En Colombia se ha venido desarrollando la misma estrategia con el concurso de los medios de comunicación y el adoctrinamiento de las juventudes en los colegios y las universidades públicas. La prédica que nos han estado vendiendo es que este país es un desastre, que no hay nada bueno ni rescatable y que es el más corrupto del mundo, cuando la verdad es que en todas las mediciones figuramos en puestos intermedios en el contexto mundial.
Vemos ya que el empresariado colombiano se ha satanizado apresuradamente con toda clase de acusaciones falaces, como que se trata de miserables explotadores, aprovechados que evaden impuestos, inconscientes que mandan a elaborar sus productos al extranjero y demás. Ahora, el cínico alcalde de Medellín, Daniel Quintero Calle, ha ido más allá calificando de «mafia» a los directivos del Grupo Empresarial Antioqueño, incluyendo a los notables prohombres que hace 45 años ejecutaron el enroque accionario que defendió a estas empresas de la voracidad de otros grupos económicos. Ya Quintero se había ensañado contra los empresarios desde su campaña para la alcaldía, culpándolos por el accidente de Hidroituango.
Por su parte, Gustavo Petro ha venido enfocándose desde la campaña presidencial de 2018 en arremeter contra todo el sector productivo: los hidrocarburos, el azúcar, las grandes superficies, la banca, la ganadería, los fondos de pensiones, el vehículo particular, los buses «privatizados» (TransMilenio) y, en general, todo lo que constituya una inversión de capital y un retorno posterior, una ganancia.
Sin duda, es la negación del sistema que nos permite funcionar como sociedad e ir brindando con eficacia, a toda la población, los beneficios del progreso. Casi el ciento por ciento pertenece al sistema de salud; el rubro educación es en el que más recursos se invierten, incluyendo el Plan de Alimentación Escolar y la matrícula cero; en materia de vivienda se rompió record de ventas el año anterior gracias a los subsidios; la Infraestructura se creció en túneles, puentes y dobles calzadas; la conexión a los servicios públicos domiciliarios se aumenta cada año... Es que no terminaríamos de enunciar los logros del vaso medio lleno (y más) que muchos ven vacío. De hecho, en el gobierno Duque se han repartido la mitad de todos los subsidios de los últimos veinte años en Colombia, gracias a los impuestos derivados de la actividad económica, con lo que el país avanza con solidaridad.
¿De dónde va a sacar Gustavo Petro los recursos para sus desabrochados programas sociales si destruye la economía implementando el modelo venezolano? ¿Cree en serio que la solución está en imprimir billetes? Es cierto que hay sectores en los que falta mucho por hacer, como en el de Justicia, afectada por la impunidad, la inseguridad jurídica, el excesivo garantismo y la dictadura de los jueces, entre otros males, y que se incurre en demasiada impudicia en el manejo de los recursos públicos: una procuradora que se inventa 1.500 cargos burocráticos en plena Navidad; unas curules de paz que no solo serán para los mismos criminales de las Farc sino que se usan como justificación para gastarse 50.000 millones en remodelaciones del salón donde delibera la Cámara de Representantes; una contratitis de 'enchufados' que carcome el erario en todos los niveles dando respuesta a vieja pregunta de ¿el poder para qué?: pues para contratar...
Pero nada de eso justifica que alguien diga que va a votar por Petro, a sabiendas de que es muy malo, porque «toda la vida han robado los mismos de siempre y ahora es tiempo de que roben otros». Tan atroz reflexión se pagará caro sin tener a dónde ir a llorar por la leche derramada.
@SaulHernandezB