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Rafael Rodríguez-Jaraba*

Nunca antes como ahora, estuvo tan seriamente comprometida la democracia colombiana por el resurgimiento del regresivo, desvencijado y ruinoso comunismo.

Desde hace más de dos siglos, los pensadores clásicos republicanos sentenciaron, que solamente habría progreso en aquellas naciones donde reinará la democracia, sus ciudadanos fueran libres y sus gobernantes tuvieran decisión para asegurar una convivencia civilizada, determinación para privilegiar la educación, autoridad para mantener el imperio de la ley, pulcritud para administrar una contribución fiscal razonable, y, sabiduría para soñar, pensar y prospectar un futuro realizable.

Hoy la nación, está amenazada con el advenimiento de un populismo comunista, solapado en las necesidades de la población pobre, que, de llegar al poder, antes que atenderlas y resolverlas, las agudizaría y perpetuaría.

El populismo es inmanente al subdesarrollo, el que por antonomasia es la falta de educación, el incumplimiento de la ley, la ausencia de políticas de planificación demográfica en los sectores vulnerables y la corrupción.

Cuando el populismo llega al poder, se afinca en la gratitud que despierta el asistencialismo, los subsidios, la beneficencia y la caridad que prodiga, lo que termina fletando conciencias, neutralizando críticos y amistando adversarios, y con ello, imponiendo unanimismo y persiguiendo disensos.

De la práctica del populismo demagógico da buena cuenta, la entelequia del mal llamado Socialismo del Siglo XXI que, valiéndose de promesas y dádivas, logró arrendar la conciencia de muchos y construir consensos por utilitarismo y conveniencia.

La carencia de una política económica sostenible y la adopción de decisiones intempestivas e irreflexivas financiadas de manera irresponsable con la riqueza petrolera, terminaron develando la incapacidad y el totalitarismo mesiánico de un Teniente Coronel enajenado por el resentimiento, el rencor y el revanchismo, y de su ignorante y torpe sucesor que tiene asolado al pueblo venezolano.

Tras la muerte de Chávez, Venezuela tuvo la oportunidad de revertir su destino, pero la pasión pudo más que la razón. Los venezolanos siguieron embriagados bajo los efectos del populismo, y, el facilismo propio de la falta de educación, los consumió.

La riqueza del petróleo pudo haber hecho de Venezuela una de las naciones más educadas y desarrolladas del mundo, sin embargo, hoy bajo el régimen totalitario de Nicolás Maduro es una de las más pobres, caóticas y anárquicas. Es claro, que, en Venezuela, como en toda América Latina, la pasión vence a la razón y la ciencia pierde con la ideología.

Pero como siempre sucede, toda aventura populista llega a su fin y la sociedad desengañada termina retomando el camino de la cordura. Ojalá que la amarga experiencia venezolana pronto termine y ayude a preparar verdaderos estadistas capaces de modificar el rumbo del hemisferio.

Ante la amenaza de que en Colombia se repita lo que ocurre en Venezuela, es urgente poner al timón de la nación, el pulso firme y sensible de un gobernante pulcro, capaz y audaz, que tenga autoridad y que disponga de talento para asumir retos, sumar voluntades, armonizar esfuerzos, concertar acuerdos y ejecutar cambios profundos.

Un gobernante que tenga formación de estadista, firmeza, prudencia, humildad y grandeza. Un gobernante que tenga solvente capacidad de gestión y una visión clara y adelantada para advertir el futuro y trazar un rumbo seguro para la nación.

Un gobernante, capaz de enfrentar las dificultades incesantes que plantea el progreso sin que ellas minen su voluntad, ni socaven su persistencia. Un gobernante que jamás renuncie a su empeño de hacer de Colombia una empresa de todos, donde prevalezca el respeto, el orden y la justicia.

Colombia necesita elegir un gobernante con probada probidad, capacidad y valor. Un gobernante que reivindique la legitimidad institucional y que priorice sus empeños en favor de lo fundamental. Un gobernante que respete con celo la ley y que no ceje en el propósito de devolverle a la nación su seguridad democrática.

Un gobernante que persiga y extirpe la corrupción; que exija diligencia y acierto a sus colaboradores; que estremezca con vigor las agencias del estado para poner en movimiento el pesado carruaje burocrático; y, sobre todo, un gobernante que mire lejos y con perspectiva de futuro, haciendo que la esperanza de progreso sea posible y alcanzable.

Yo no conozco ese gobernante, pero considero que, Óscar Iván Zuluaga y Federico Gutiérrez, tienen los merecimientos y reúnen las condiciones necesarias para afianzar la democracia, desterrar la impunidad y devolver la nación al sendero del respeto y la justicia.

Con profunda convicción cívica, jurídica y académica, invito a mis lectores a seguir a Óscar Iván Zuluaga y Federico Gutiérrez, de manera que puedan advertir la integridad, formación y capacidad que los caracteriza, y ojalá, que de sus candidaturas surja una, que no sea el resultado de la decisión de una facción política, sino de una gran convergencia nacional a la que se sumen los partidos afectos a la democracia y adversos al populismo comunista.

No es momento de aventuras. Es momento de elegir al mejor y de conjurar la amenaza populista que se cierne sobre el futuro de la nación, que no es nada distinto, que comunismo retardatario puro y simple.

*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional. Catedrático Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.

Publicado en Columnistas Nacionales

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