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John Marulanda*      

Luego que Chile derrotara la alianza peruano-boliviana en la Guerra del Pacifico (1879-1884), la reconstrucción de su ejército se encomendó al Ejército prusiano, caracterizado entre otras cosas porque la oficialidad era de origen noble y la tropa le temía más a ella que al propio enemigo. Después de la guerra de los 1000 días en Colombia (1899-1902), el rediseño del ejército de este país fue encomendado a oficiales chilenos. De Postdam a Santiago y de allí a Santa Fe de Bogotá, algo del rigorismo disciplinario y un trasunto nobiliario en la oficialidad impregnaron los ejércitos chileno y colombiano. Cuando me aceptaron en la Escuela militar de Cadetes José María Córdova, en 1972, aún se hablaba de «aplicarle la chilena» a los cadetes díscolos. Algo ha cambiado desde aquel entonces.

Los disturbios de octubre del 2019 pusieron a prueba a los militares chilenos. De hecho, no se registró ninguna fisura institucional y el blanco principal de los ataques vandálicos y políticos fueron los carabineros, la icónica policía austral, igual que en Colombia en donde el objetivo de todas las arremetidas sigue siendo la Policía Nacional, recientemente señalada como «masacradora» por la histriónica e histérica alcalde (sa) de Bogotá. Los militares colombianos que salieron a la calle tampoco resultaron afectados por las perturbaciones de abril de este año. Finalmente, forzados por la violenta protesta, el 30% de los chilenos potencialmente votantes eligió un millenial quien no pudo terminar carrera, es soltero, no tiene experiencia administrativa y según su propia declaración que circula en redes debe tomar medicinas tres veces al día para controlar su enfermedad obsesivo-compulsiva. Sincrónicamente, Colombia elegirá un nuevo Presidente el próximo marzo.

El colombiano es un Ejército constitucional, sometido al poder civil. Debe ser por eso que sigue siendo la institución más apreciada por los colombianos desde hace dos décadas

Reunidos algunos miembros de ACORE (Asociación Colombiana de Oficiales Retirados de las Fuerzas Militares) con algunos políticos, la pregunta no se hizo esperar: y si en Colombia gana Petro, ¿qué van a hacer los militares? Pues nada, respondí. Ante una eventual ganancia de Petro en la justa presidencial, el Mando Militar solo tendrá, opiné, dos caminos: o presenta su retiro voluntario del servicio activo, como hicieron varios Generales en anteriores circunstancias políticas complicadas o, en posición de firmes ante el presidente electo, le ofrece su subordinación. Total, el colombiano es un Ejército constitucional, sometido al poder civil, es decir, civilista. Debe ser por eso que sigue siendo la institución más apreciada por los colombianos desde hace dos décadas y el segundo preferido por los jóvenes, después de Las Iglesias, según encuesta reciente de un diario capitalino. Y esto a pesar de los infames falsos positivos, de la justicia diseñada para la impunidad de las FARC y del esfuerzo de la Comisión de la Verdad por reescribir la Historia, presentando a los soldados como agresores y a los narcoterroristas farianos como justicieros. Lo anterior, consecuencia de la componenda de La Habana, legalizada a punto de marrullas, pero ilegítima de nacimiento en tanto la mayoría de los colombianos desconoció la criatura. Ya saben la historia.

«Yo no quiero que las Fuerzas Armadas decidan cómo se debe gobernar a la Nación, en vez de que lo decida el pueblo….» lo dijo el Presidente Alberto Lleras, coronel honorario de caballería, en el Teatro Patria en 1958. La izquierda hace eco de esta doctrina, pero entiende que intentar destruir a las FFMM es un grave error que les puede costar muy caro. Las cooptará e incorporará a su ruindad administrativa como ha hecho en Venezuela, Cuba, Nicaragua y como está haciendo Castillo en Perú; corromperlos es más fácil que combatirlos con la fuerza; desbaratar su jerarquía es sencillo: en Venezuela ascendieron a más de 2000 generales; derruir su moral es simple: basta engolosinarlos con dádivas y canonjías. Para muchos escépticos, el espíritu prusiano de los militares no va más allá de sus cascos con penachos, especialmente en Chile y Colombia, y sus pujas por el poder político no funcionan ahora. Además, el creciente desprestigio de la clase política tradicional, clasista y corrupta ha llegado al punto de que un Coronel retirado, ex docente de la Escuela Superior de Guerra, haya publicado en redes sociales un texto mostrándose simpatizante de Petro y a que varios sargentos retirados hagan campaña a favor del socialismo, del comunismo.

Lo de Chile sigue siendo tema de discusión, especialmente entre los militares retirados colombianos quienes plantean y replantean métodos, sistemas, maniobras, alianzas, campañas y artilugios democráticos y lícitos para contener, contrarrestar o minimizar la supuesta superioridad estadística de Petro, un exnarcoerrorista culpable, entre otros desastres, del holocausto del Palacio de Justicia de 1985. Para algunos de esos 10 mil retirados, aproximadamente, la opción de un gobierno de derecha no es clara, como no lo es aún para la mayoría de la opinión pública. Situación comprometida para un país que, como Colombia, ahora más que nunca es la joya de la corona de la izquierda latinoamericana y mundial, justo cuando los intereses geoestratégicos extracontinentales de China, Rusia, Irán y Turquía se juegan en el convulso escenario regional con un claro horizonte: Estados Unidos.

* Coronel (RA). Presidente Nacional de ACORE. Artículo publicado en La Gaceta de Iberoamérica de España.

Publicado en Columnistas Nacionales

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