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Eduardo Escobar     

Necesitamos estar seguros de que los aspirantes a la Presidencia están en sus cabales.

Ingrid Betancur merece toda consideración como ser humano y porque fue capaz de sobrevivir, con dignidad admirable al parecer, a los espeluznantes campos de concentración del comunismo criollo. Pero el aprecio no impide el reconocimiento del carácter. En los amarraderos de Tirofijo dejó fama de conflictiva entre sus compañeros de suplicio lo mismo que entre sus carceleros, dueños de las llaves de los candados con que los sometían como perros con el argumento peregrino de que así preservaban sus vidas de los peligros de la selva, por caridad.

El diccionario dice que pereque es un alboroto o una impertinencia. La intuición me dice que perecosa es la persona que le pone peros a todo. Como la señora Betancur. Pero es injusto tacharla de cruel y condenarla al vivicomburio, como llamó Bello la pena de la hoguera en sus clases de derecho romano, por haberle recordado a Gustavo Petro en un debate sus depresiones paralizantes de las que ella fue testigo en Europa. Yo no sé si Petro tiene un siquiatra de cabecera. Ni si debería conseguir uno. Pero es obvio para los aficionados al sicoanálisis, para los diletantes en la sicología profunda como este escribiente, que sobresalen en su personalidad rastros claros de megalomanía, empezando por la actitud corporal, el gesto y los ademanes. En Petro prima el paranoide, la tendencia a la sobrevaloración, probablemente compensatoria de alguna mala conciencia de sí mismo.

La propensión a la pompa y la prosopopeya llevó a Hugo Chávez, su modelo secreto, a convertir la sencilla Venezuela de siempre en la República Bolivariana de Venezuela como si eso significara algo. Y a refundar, o desfondar, ese país tan querido, con el peso tóxico del léxico altisonante, que hace de cualquier acto administrativo una Gran Misión, con mayúscula. Chávez prometió mil veces en sus peroratas rocambolescas una Venezuela potencia que irradiaría paz sobre el orbe cristiano, un nuevo sistema económico para la felicidad mundial, como Petro habla de Pacto Histórico o la Colombia Humana que ahorrará a la especie el desastre climático con las iniciativas de su genio. Hay indicios de delirio de grandeza en sus trenes interoceánicos con rodamientos de pepas de aguacate. Para no mentar la quimera de convertir este país difícil de mandar en potencia mundial de la vida, con la misma prepotencia del coronel venezolano. El engolosinamiento en la magnificencia retórica, en los superlativos, son sintomáticos de la ausencia de contenidos racionales. Petro no espera que el establecimiento le haga un fraude, sino un “megafraude”. Siempre olímpico.

Nuestros bolivarianos de izquierda heredaron el talante cesarista del Bolívar, que soñó con llevar su guerra a Brasil y Cuba y a la misma España. Ignoro si la señora Betancur aludió por bajeza al colapso de Petro. O quiso ser amable como dijo para justificarse. En todo caso, la mezquindad redundaría en un servicio. Necesitamos estar seguros de que los aspirantes a la Presidencia están en sus cabales, controlan sus emociones y sublimaron los pavores del crecimiento insuflados en los adolescentes del siglo pasado por los superhéroes de los cómics y la iconografía de los revolucionarios muertos.

Colombia tuvo presidentes anodinos, bobos y hasta conjeturales. Cazadores de patos. Ebrios consuetudinarios. Inanes, dados al turismo internacional. Todos hicieron bien alguna cosa. Y alguna mal. Pero todos pasarían por personas humanamente comprensibles para Rorschach. ¿Petro superaría la prueba? Averígüelo, Vargas. Otra cosa es si todos los que buscan el poder están un poco chalados. Si la humanidad fue dominada por la demencia desde Heliogábalo hasta Hitler y Stalin. Y Putin. Empeñado en redefinir a sangre y fuego las fronteras del imperio de los sóviets que hostigó con saña las democracias liberales a todo lo largo del siglo XX, para devolver la historia al pastoso nacionalismo estalinista, del cual Petro el Grande sería un eco tropical atenuado. Y un tris cómico también, no nos digamos mentiras.

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 21 de marzo de 2022.

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