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Antonio Albiñana    

Esta es la situación de mayor tensión geopolítica que vive el mundo desde la Guerra Fría.

El envío por parte de Rusia de más de 100.000 soldados a la frontera con Ucrania y el establecimiento por parte de la Otán de fuerzas y armas a las puertas del territorio ruso en sus países limítrofes constituyen la situación de mayor tensión geopolítica que vive el mundo desde la Guerra Fría. Es el momento de preguntarse ¿a quién beneficia esta prolongada situación, con un desenlace tan incierto?

En primer lugar, a un decrépito Vladimir Putin, que se plantea la crisis como una oportunidad para que Rusia reafiance su relevancia, pero, sobre todo, para mantener entretenida a su población en medio de un desempeño económico caótico. Él sería la primera víctima de un fracaso bélico, así que lo único que se plantea es sobrevivir en el Kremlin el mayor tiempo posible, mientras extrae la mayor cantidad de recursos para sus testaferros y aliados, y entretiene al personal con la recuperación del orgullo de un imperio desaparecido. En todo caso, Rusia no va a invadir Ucrania, porque ya la invadió a través de la ‘recuperación’ de Crimea, donde está su mayor base naval (y que su antecesor Jrushchov regaló a Ucrania en medio de una noche de borrachera para festejar su cumpleaños, cuando Kiev era tan soviética como Moscú), y en el este, con su apoyo a toda población constituida en las ‘repúblicas independientes’ rusófonas de Lugansk y Donetsk, para las que se han expedido cientos de miles de pasaportes rusos.

También la prolongada tensión actual sirve de apoyo al presidente estadounidense, Joe Biden, que, con sus amenazas sobre Rusia, quiere mostrar dureza después del desastre de la salida de Afganistán y al tiempo para consumo interno, cuando cae en las encuestas después del primer año de presidencia, sin afianzar sus reformas sociales y sin poder impedir las pruebas nucleares de Corea del Norte. En todo caso, el centro de su política a favor de la influencia de la Otán y su posible anexión de Ucrania se basa en negar la validez de los acuerdos entre el ex secretario de Estados James Baker y Mijail Gorbachov de febrero de 1990, en los que se acordó que Rusia facilitaba la reunificación alemana mientras que la Otán “no se expandiría un centímetro hacia el este”.

Por su parte, el impresentable Boris Johnson, en sus horas más bajas por sus fiestas privadas mientras tenía confinada a la población inglesa, se ha convertido en abanderado ante la ‘amenaza rusa’, enviando medios militares a la zona, lo que le sirve de maniobra de distracción. Su ideal sería que Rusia invadiese Ucrania, para evitar su muerte política. Al mismo tiempo es cómplice hipócrita de dar cobijo a los testaferros de Putin, que tienen invertidos miles de millones en el Reino Unido: frente a la retórica antirrusa, Johnson da cobijo en realidad a los intereses putinianos.

Finalmente, son beneficiarios de estas situaciones de tensión los comerciantes de armas. Por ejemplo, la acción de Raytheon, cuyo exjefe Lloyd Austin es el secretario de Defensa de Biden, que se valoraba el pasado enero en bolsa en 65,02 dólares, ha subido, tras la crisis de Ucrania, a 92,33 dólares. Por otra parte, en las negociaciones entre EE. UU. y Rusia se destaca la presencia de la subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos, Victoria J. Nuland, que hizo carrera como lobista de las empresas productoras de armamento General Dynamics y Northrop Grumman, corporaciones que han experimentado un fuerte crecimiento desde la crisis internacional.

Mientras tanto, el propio Estado ucranio permanece como ‘invitado de piedra’ en todo el conflicto . No se le llama a las conversaciones entre potencias. Su presidente, Volodímir Zelenski, acaba de denunciar que Estados Unidos ha creado “un clima bélico sin fundamento real”, propiciando no solo un pánico innecesario entre la población, sino también graves daños a la economía del país.

En todo caso, si hay guerra, el escenario será Europa, no Estados Unidos. El Viejo Continente, que hace poco más de 70 años salió de la catástrofe de dos conflictos de gran escala, con 100 millones de muertos, sería el escenario de la pugna entre dos potencias nucleares en su territorio, sin nada que ganar y mucho que perder.

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 05 de febrero de 20220.

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