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Antonio Albiñana    

Los talibanes, por delante de los latinoamericanos, son los narcotraficantes más potentes del mundo.

No es el islamismo el que ha ganado después de 20 años de conflicto, es la heroína: “La guerra de Afganistán ha sido sobre todo una guerra del opio. Antes que milicia islamista, los talibanes son narcotraficantes”. Son algunas de las conclusiones de los más recientes trabajos del gran periodista italiano Roberto Saviano, investigador de las mafias y el narcotráfico. No en vano permanece oculto y protegido por la policía, después de recibir innumerables amenazas.

Según informes de la UNODC (Agencia de Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen), en los últimos 20 años, el 90 % de la heroína mundial ha sido producida en Afganistán. Lo que significa que los talibanes, por delante de los narcos latinoamericanos, son los narcotraficantes más potentes del mundo.

Al ser preguntado por la cuestión de las drogas, el general Franks, primer coordinador de las tropas estadounidenses de invasión en Afganistán, declaraba en 2002: “No somos una task force antidrogas, esa no es nuestra misión”. Haciendo la vista gorda, los norteamericanos pretendían congraciarse con los ‘señores del opio’ para tenerlos enfrentados a la guerrilla islamista. Sucedió todo lo contrario; los talibanes, estimulados a escala interna por la invasión de Estados Unidos, pasaron de reclamar un impuesto del 10 % sobre la producción de opio a gestionar ellos mismos la totalidad del cultivo y el tráfico.

Ahora se cae en cuenta, según Roberto Saviano, de que “siempre se ha hablado de Afganistán eludiendo las principales dinámicas del conflicto e ignorando las fuentes de financiación, con la guerra del opio como elemento central” (Corriere della Sera). Los nuevos amos de Kabul suministran heroína a todos los carteles y variantes narcotraficantes de todo el mundo, y de ahí se han nutrido económicamente para conducir la guerra; una realidad que Occidente ha cometido el error de ignorar durante 20 años.

La segunda generación de talibanes combina su integrismo religioso y el sometimiento de las mujeres a su versión de la sharia con la diversificación de la producción y el tráfico de drogas, que hoy incluye, además del opio, el hachís y la marihuana. La heroína talibana nutre a las tres vertientes mafiosas italianas: la Camorra, la ‘Ndrangheta y la Cosa Nostra, abarcando su versión estadounidense y cubriendo ese importante mercado. También suministran a los poderosos carteles de Johanesburgo (Sudáfrica). En Europa cubren la demanda del Reino Unido y los Países Bajos, además de Italia. Según la agencia especializada de la ONU, mientras que el año pasado la pandemia iba incrementándose y haciendo estragos, el cultivo y la distribución de la amapola crecieron un 37 %.

Pero las transacciones de droga no las realizan solo los talibanes a los carteles de la droga. Sin opio no se pueden fabricar los fármacos analgésicos, por ejemplo. El opio es fundamental para elaborar la morfina y la codeína. Todo ello, producido y consumido en Occidente de forma masiva. Las casas farmacéuticas de todo el mundo, particularmente las estadounidenses, compran opio a productores autorizados, sobre todo a sociedades indias bajo licencia. Lo que se conoce menos es que estas sociedades se aprovisionan directamente de Afganistán.

Gracias a los talibanes contamos en Occidente con anestésicos y sicofármacos.

P. S. Paradojas. El Departamento de Estado de Estados Unidos tiene una lista de grupos terroristas que incluye a más de 60 organizaciones en todos los continentes. En esa lista, a pesar de todas las evidencias y de haber invadido hace 20 años el país para exterminar a los autores de los atentados terroristas del 11S en suelo estadounidense, nunca han figurado los talibanes, culpables con sus aliados de Al Qaeda. Tampoco se fiscaliza ni se persigue en la “guerra contra las drogas”, que decretara el presidente Nixon hace ahora medio siglo a Afganistán, el mayor narco-Estado del mundo.

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 02 de septiembre de 2021.

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