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Héctor Hoyos Vélez 

Si la falsa paz nos dividió, la libertad nos une. Tan sencillo como reconocer que el motivo por el que se inventaron la consigna de la paz fue propiciar la insurrección de la chusma como lo estamos viendo desde que perdieron las elecciones de 2018, porque no lograron el gobierno de transición al socialismo, sencillo es que entendamos que hay que confrontarla unidos por amor a la libertad.

La batalla continúa en el campo electoral desde donde se define si la insurrección se legitima o si continúa socavando nuestra estabilidad nacional desde afuera del poder, o si definitivamente Colombia entierra el comunismo. De los paros, bloqueos, vandalismo y crimen del presente año que ocasionaron daños graves a la economía tan debilitada por la pandemia, sin consideración humanitaria alguna, y violencia y muerte a civiles y agentes de policía, han pasado a ocupaciones de tierras y territorios urbanos, y si acaso triunfan en elecciones, a ocupaciones y expropiaciones masivas alentados desde la Presidencia de un reconocido incendiario y criminal del M 19. Todo el control territorial que han logrado las Farc y el ELN con el narcotráfico desbordado post acuerdo, está al servicio del candidato del totalitarismo, bajo amenazas y amedrentamiento.

Todas las gabelas que a lo largo de los últimos 30 años les han dado a los violentos, terroristas y sanguinarios; desde indultos hasta firmas y pactos de paz con curules gratis a genocidas, tienen ahora en vilo nuestra institucionalidad, porque triunfar en unas elecciones solo sería la patente para acabarla pisoteando la Constitución y la ley, porque esa es su necesidad esencial. El Congreso adverso a sus pretensiones sería un juego de muñecos como en Venezuela y la justicia en gran parte se ha politizado en favor de la ideología comunista.

Toda la justificación de la violencia se ha sustentado en Colombia en la lucha por la tierra y atribuyen la propiedad a despojos y desalojos generalizados cuando realmente han sido la excepción. No es pues la injusticia social la que propicia esta insurrección sino la ideología comunista bien apertrechada con dólares del narcotráfico, armas de las narco guerrillas, e intereses extranjeros. La muestra palpable es la narco minga armada tomándose la ciudad de Cali. Todos lo vimos.

La lucha por el poder del comunismo en Colombia ha tenido un distintivo imborrable: sangre y muerte; y la respuesta política durante el gobierno de la narco paz fue traidora y corrupta por premiar a los enemigos ya derrotados y por la corrupción que produce la combinación del dinero del narcotráfico y las armas. El pacto habanero debió dejar grandes capitales de narco dólares en manos de los firmantes comenzando por el hampón mayor. Los resultados en términos de poder y capacidad de daño a la democracia y las instituciones es ahora mayor que antes del narco acuerdo. La paz terminó siendo el empoderamiento del enemigo.

El ciudadano común tendrá que enfrentarse a verdaderos monstruos en las próximas elecciones que buscan cambiar el orden social a toda costa, y la debilidad de cualquier candidato, hay que reconocerlo, frente a esta amenaza, tendrá que reforzarse con la conciencia nacional de que el bien supremo de la libertad tiene que ser el que prevalezca. Por esa razón tuvo tanta acogida la precandidatura de la Senadora María Fernanda Cabal la más combativa contra el comunismo, precandidatura que no tuvo tiempo suficiente para alcanzar reconocimiento mayoritario.

Pero ante tales amenazas, tal poder de corrupción a la vez que tanta permisividad como las campañas anticipadas extralegales del candidato de las narco guerrillas, tal capacidad de lograr sus pretensiones contra la libertad individual, la libre empresa y la propiedad privada, hemos de entender que la libertad cuesta dinero, sangre y vidas. Al menos los 50 o más años de guerra del comunismo contra Colombia que no termina, así lo enseñan. Si acaso triunfan, no será con la legitimidad que dé una mayoría arrolladora con vocación de cambio del orden constitucional, por lo cual la insurrección que sigue para imponer a la fuerza las alteraciones de la Ley y la Constitución, tendrán que ser confrontadas con la Fuerzas Armadas porque tendrán que intervenir ante la rebelión de unos contra otros, es decir, ante una eventual incipiente o frontal guerra civil. Ya el “tiranozuelo” anunció que agitaría al pueblo, léase chusma, para que salga a la calle a imponer sus dictados.

Los colombianos somos diferentes a venezolanos, cubanos, nicaragüenses o lo que sea, por algo o por mucho Colombia brilla entre las naciones de América como pregonera de la libertad, la democracia y la independencia. Todos los colombianos defendemos nuestras conquistas por las que luchamos cada día, lograr ingresar a una universidad, lograr financiación, lograr un buen empleo, lograr amparo de salud y pensión, lograr una jubilación, lograr el punto de equilibrio en un emprendimiento, lograr un buen nivel de estabilidad y de bienestar, lograr la adquisición de una finca, de un local, de un carro, de una casa o apartamento, lograr grandes obras públicas como un tren metropolitano, o las vías 4G o una Hidroituango, o una simple placa polideportiva, una escuela o una placa huella para un camino veredal o el mantenimiento de una vía terciaria, lograr gobiernos orientados a la equidad y cohesión social, lograr un nivel de desarrollo económico prometedor, un ambiente de generación de empresas, crecimiento, empleo e inversión para propios y extranjeros, en fin, hasta lograr una novia bonita.

Todo lo mucho o poco que tenemos lo defendemos con pasión porque es fruto de nuestro esfuerzo individual, familiar o colectivo. Pongo el ejemplo de la reacción de los ciudadanos de Cali recientemente defendiendo sus barrios y unidades residenciales, y pongo el ejemplo de la inusitada oposición al candidato  del totalitarismo del siglo XXI en todos los escenarios reales o virtuales, lo sacaron de Jericó, lo sacaron de San Gil y de Cúcuta y de Medellín, y seguramente todas las plazas de Colombia se alistan para sacarlo donde vaya. Aquí, por el ímpetu y altanería que producen nuestro arraigo, nuestros logros y nuestras luchas cotidianas, el pueblo se hace ver antes que doblegarse al comunismo; es cierto, pero la violencia hay que evitarla con una campaña democrática este año, unidos por nuestro amor a la libertad.

Nuestro gobierno debiera promover la participación democrática de 2022 bajo el lema de la libertad que es la génesis de la democracia, así todos entendamos que se va a elecciones en ejercicio de los derechos democráticos de hombres libres principalmente para garantizar el futuro del orden político, económico y social del país bajo los principios de libertad, orden y justicia para todos, y entendamos que Colombia no admite pretensiones totalitarias de ninguna clase así sus enemigos quieran lograrlo por la vía democrática. Es un deber del gobierno por la unidad del pueblo, señalar el futuro libre y democrático de la República.

El compromiso por la libertad nos corresponde a todos y por tanto a él deben vincularse todos los estamentos de la sociedad. Aquí se vincularon a la paloma de la paz en un vuelo a los infiernos, acaso ¿no es imperioso un vuelo seguro a la libertad por siempre?

Igualmente este compromiso debe ser pregonado en todas las campañas políticas de los candidatos de la democracia, que debieran hacer entre ellos un pacto de compromiso por la libertad sobre el totalitarismo hasta el final, es decir hasta la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.

La división que lograron con la paz debe terminar y recobrar la unidad del pueblo colombiano con el triunfo de la libertad por siempre.

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