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Gabriel Rodríguez*  

Hay dos nombres que prefiero no mencionar, ambos de ingrata recordación. De este, a quien me refiero hoy, es primera vez que lo hago y con mucha resistencia, ya que produce una extraña mezcla de terror y tristeza. Porque hay que reconocerlo con dolor, es un producto ‘made in Colombia’.

Es el resultado que nos viene de la habitual violencia colombiana: un ser virulento, hasta tal grado de cometer homicidios para imponer sus convicciones. Un hombre lleno de rencor, de tal manera que incita el odio cada vez que habla, porque además es un orador delictivo. Un mitómano incorregible, de oratoria ampulosa, herencia de los discursos ‘veintejulieros’, típicos de nuestra fauna política. De tal peligrosidad que le echa fuego al caldo de cultivo del descontento nacional. El sujeto es de tal sofisticación, que la violencia pasa disfrazada de democracia, camuflada dentro del nuevo lenguaje de inversión de los valores.

Así como la planta da su máxima expresión en una flor, la usual violencia nuestra nos da este oscuro personaje, engendro de la política nacional.

El individuo, cuyo nombre es mejor no recordar, debe ser pieza de estudio, dadas las características de su personalidad. Ya criminólogos como Cesare Lombroso, lo habían definido: El criminal tiene unas características especiales en su fisonomía, las que permite ponerlo al descubierto. Son varias las señales: una, que cuando el sujeto habla no mira directamente a los ojos, baja la cabeza, la que mueve de un lado a otro, el metal de la voz es trémulo y sombrío y tiene ínfulas de adalid.

Lombroso dice que el delincuente es el resultado de sus impulsos, que son innatos, y/o producto del medio ambiente donde se ha desarrollado. Y se le observan ciertos rasgos físicos, los que van desde asimetrías craneales hasta la forma de la mandíbula, las orejas, la expresión de los ojos (el sujeto los tiene brotados). Y aunque se haga pasar por un ser humano ‘normal’, no lo es. No uno común y corriente, dadas sus características psíquicas: Gran impulsividad, hasta el grado de acometer asesinatos, insensibilidad moral; no tiene límites éticos, mitomanía patibularia. Generalmente son productos que se originan en la infancia y/o pubertad, que han sido víctimas de un abusador sexual o de un despiadado matoneo. Estamos a tiempo de conocer quién es realmente este peligroso individuo, bien encubierto dentro el descontento nacional.

Lombroso señala que la concepción del delito es el resultado de tendencias que son innatas e inevitables. Y termina diciendo: “En realidad, para los criminales natos, adultos, no hay muchos remedios, es necesario o bien esconderlos para siempre, y en los casos de los incorregibles, suprimirlos, cuando su incorregibilidad los torna demasiado peligrosos”. Como es el caso de nuestro personaje en estudio.

*Arquitecto

https://www.eluniversal.com.co/, Cartagena, 08 de noviembre de 2021.

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