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Thierry Ways          

El ingreso de sectores religiosos en la campaña pondrá a prueba los principios de los candidatos.

Se coló la religión en la campaña. En un evento en Barranquilla, sobre una tarima escarlata en forma de ‘P’, el candidato Gustavo Petro denunció el “pacto con Satanás” y “con lo diabólico” que han hecho quienes nos gobiernan. Aclaró además que él no es ningún ateo: que tiene sus creencias. La idea era distanciarse de su contrincante Alejandro Gaviria, quien una vez dijo no creer en Dios, lo que algunos consideran un punto débil de su candidatura.

Un paréntesis, con ánimo constructivo: alguien debería sugerirles a los organizadores de eventos del Pacto Histórico que, si el candidato va a emplear metáforas demoníacas o luciferinas, no lo haga de noche sobre una pasarela color rojo vivo, rodeada de reflectores rojos. En las tomas drónicas parece que quien estuviera presidiendo sobre el infierno fuera él. Cierro paréntesis.

La P de la tarima, dijo Petro, era “ ‘P’ de paz, de pacto, de patria, de pueblo”. Lo que no parecería ser es ‘P’ de progresismo, a juzgar por la publicitada adhesión a su movimiento de un reconocido líder cristiano que en el pasado ha dicho estar en contra del aborto, la legalización de la marihuana y el matrimonio igualitario.

Esos malabarismos ideológicos no son nuevos en América Latina. Por sus creencias, los votantes evangélicos deberían sentirse mejor representados por políticos conservadores, pero eso no ha impedido que sean pretendidos con insistencia por progresistas en tiempos de campaña. El respaldo de los multimillonarios pastores Edir Macedo y José Wellington Bezerra da Costa, por ejemplo, fue determinante en los triunfos electorales del Partido de los Trabajadores de Lula en Brasil. Más adelante, tanto ellos como sus feligreses apoyarían al derechista Bolsonaro.

Quienes albergan dudas sobre la existencia de Dios han podido refugiarse desde hace siglos en una especie de término medio –hoy diríamos una ‘tibieza’– que hace más llevadero el escepticismo: la llamada ‘apuesta de Pascal’. Decía el célebre matemático y teólogo francés que, así la probabilidad de la existencia de Dios sea minúscula, es más lógico creer que no creer. Si uno ha sido creyente y al final de la vida resulta que Dios no existe, pues no pasa nada. Pero si sí existe, uno sale ganando: salva el alma gracias a la fe. En cambio, si Dios existe y uno no ha creído, las consecuencias son terribles: una eternidad en el infierno. Mejor creer, así Dios no exista. Pascal era un tipo pragmático: un político en potencia.

Pero el biólogo y ateo militante Richard Dawkins plantea un argumento demoledor contra la apuesta de Pascal. En su libro ‘El espejismo de Dios’, Dawkins dice que un Dios todopoderoso sabría, pues podría leer nuestra mente, si somos creyentes de verdad o solo por conveniencia. “¡A mí no me engañas!”, le diría un Dios omnisciente a quien se escude en la apuesta de Pascal: “Tu fe no es sincera, tú crees solo ‘por si acaso’ ”. Un Dios verdaderamente bondadoso, concluye Dawkins, debería preferir a un agnóstico sincero que a un creyente por estrategia.

Se me ocurre que algo similar al argumento de Dawkins debe aplicarse a la campaña presidencial colombiana en la medida en que sea permeada por la religión. En lo personal, me tiene sin cuidado la fe de los candidatos (en eso estoy de acuerdo con el 57 % de los colombianos, según una encuesta publicada en Semana). No creo que alguien sea mejor o peor persona por creer o no creer en Dios. Pero, en términos generales –no estoy hablando de nadie en específico–, me parece más respetable un ateo íntegro o, si me permiten el oxímoron, un escéptico convencido que un devoto por oportunismo. No quiere decir eso que los candidatos no puedan cortejar el voto de los sectores religiosos. Pero al menos que lo hagan de forma coherente con sus principios.

En Twitter: @tways

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https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 18 de septiembre de 2021.

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