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Andrés Espinosa F.*

El saldo con los países con los cuales los tenemos estaba en un déficit de -7.648 millones de dólares, en 2019.

Acomienzos de la pasada década, se despertó una fiebre diplomática y política en nuestra región promovida por la autorización temporal otorgada por el Congreso de Estados Unidos al presidente George Bush para negociar Tratados de Libre Comercio, TLC. Chile, entonces primero en todo, pasó rápidamente al tablero, seguido de Colombia y Perú. Se iniciaba así la aplicación de un modelo de internacionalización comercial negociada, de beneficio reciproco y conveniencia nacional, como dispone el artículo 226 de la Constitución, que le permitió al país complementar una red de 17 acuerdos comerciales, que, en teoría, nos acercaban a 1.500 millones de consumidores.

En la práctica, la realidad es distinta. Los TLC pasaron de la gloria negociadora a la nada, y de la nada al olvido, a los anaqueles de los funcionarios oficiales que los archivan para que cojan polvo y no hagan ruido. La experiencia nos enseña que los TLC tienen, o atraviesan, como quien navega aguas procelosas, cinco etapas claramente diferenciadas: preparación, negociación, aprobación, implementación y aprovechamiento. Todas ellas importantes, con secuencia y cadencia propias. Al comienzo, la preparación es lo esencial para una buena negociación. Al final, la adecuada implementación, y en particular, el aprovechamiento son la clave para la internacionalización de la economía y su anhelada inserción en las corrientes del comercio mundial.

A estas alturas del siglo XXI, resulta legendario el desaprovechamiento de los TLC de Colombia. El país no ha podido romper las ataduras de la carencia de una oferta exportable competitiva y de la concentración en un puñado de productos básicos sin agregación de valor ni sofisticación tecnológica. Las cifras de comercio -como las caderas de Shakira- no mienten. Entre el 2009 y el 2019, las exportaciones totales aumentaron 20% de 32.853 millones de dólares a 39.502 millones de dólares. Las exportaciones tradicionales de café y productos del sector minero-energético, que no se negociaron en los TLC, se incrementaron 48% de 17.953 millones de dólares a 26.533 millones de dólares. Las exportaciones no tradicionales, que supuestamente se deberían beneficiar de los TLC, descendieron -13% de 14.900 millones de dólares 12.969 millones de dólares.

Los TLC tampoco aportan a la balanza comercial, habida cuenta de que el saldo con los países con los cuales tenemos tratados internacionales pasó de un superávit de 7.112 millones de dólares en 2009 a un déficit de -7.648 millones de dólares en 2019. El deterioro comercial es ostensible. Cabe preguntarse ¿qué hemos hecho mal? Sobresalen el desmantelamiento de la agenda interna en el 2010, que pretendía eliminar los cuellos de botella que traban y encarecen el sector productivo. Le siguen la ausencia de rigor en la implementación, control, seguimiento y fomento de los TLC, que pareciera duermen el sueño de los justos antes de tiempo, y la miope moratoria negociadora decretada, por exigencia de la industria, con China.

*Miembro del Consejo Directivo del ICP

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https://www.portafolio.co/, Bogotá, 31 de agosto de 2021.

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