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César Salas Pérez   

Grata noticia el anuncio del alcalde Galán de reincorporar a personal retirado de la Policía y militares en su estrategia de articulación de la seguridad en Bogotá, tan deteriorada y abandonada en el anterior gobierno y que hoy le pasa factura a los ciudadanos por cuenta del temor a salir de sus hogares sin saber qué les pueda acontecer en las calles por cuenta del hampa y de las organizaciones criminales que tienen prácticamente en sus manos el control ciudadano si de seguridad y convivencia se trata.

Uno de los pilares que soporta su propuesta es la de llamar a personas experimentadas en el manejo del orden público y respetuosas del orden legal ya que en su formación y vida profesional fueron formados para salvaguardar la vida, bienes, honra y tranquilidad de todos los ciudadanos.

Contrario sensu, duele muchísimo que este lamentable desgobierno nacional esté haciendo lo contrario, donde al parecer, a las instituciones se incorporan es subversivos, desmovilizados, hampones de la peor calaña, guerrillas urbanas, Mancusos e Ivanes Mordiscos y terroristas del “ tren de Aragua” con el fin de proteger el tal cambio y soportar los cimientos de la venezolanización Bolivariana en nuestro país.

Imaginamos que el alcalde sabe esto y que su estrategia es un reto mayúsculo frente a Petro, por esto nada raro tendría si el megalómano ataca al alcalde y le mete presión tipo chantaje para que desista de este propósito tan crucial en momentos en que la inseguridad de la ciudad es caótica y alarmante.

Pero para que esto salga adelante y se posicione en la agenda de la gobernanza distrital, es necesario reinventar nuevos protocolos en el diseño y en la ejecución del tema en seguridad, uno de ellos, el tecnológico porque, a decir verdad, no es lo mismo un Policía a los 30 años que otro que lo fue y ronda los 50. El tiempo nos pasa factura a todos y más notorio se vuelve en las personas que ejercen supremas responsabilidades como sucede con el personal de la fuerza pública.

Dotar de las herramientas idóneas y técnicas es un imperativo para que estos experimentados miembros revivan su reciente pasado laboral y puedan ejercer con decoro y resultados las misiones encomendadas en la lucha contra la criminalidad, el hurto, secuestro, extorsión, homicidios y demás delitos que afectan gravemente la seguridad de las personas en la capital.

Otro de los componentes que debieran ser reinventados y ajustados a los protocolos actuales es el del uso desmedido de la fuerza, es decir, que por encima de la aplicación de cualquier esquema se priorice el respeto al infractor sin vulnerar el debido proceso, el accionar en los procedimientos de seguimientos, allanamientos y capturas de potenciales delincuentes y el respeto a la dignidad humana, dejando que sean los jueces de la República los que dictamine en derecho.

Así mismo, Bogotá requiere uniformados que se conecten con sus habitantes porque agente o militar que sea del agrado ciudadano gozará de su afecto y de su colaboración a la hora de denunciar a los pillos. Eso de que vuelvan súper héroes del pasado a pretender revivir hazañas pasando por encima de los intereses de ciudad, seria insostenible. Si el cometido del alcalde es el de fortalecer la inteligencia militar con personal experimentado, va en la dirección correcta. Eso de echar generales que saben de milicia y de inteligencia solo lo hace alguien que adora el pillaje.

Creería que se le puede agregar un elemento clave a la estrategia del alcalde y es el de contemplar seriamente la militarización en barrios y sectores donde la delincuencia se ha asentado y tiene sus emporios criminales. Llegar con la Policía militar activa puede ser un campanazo de alerta a los bandidos, mejor sería si en retenes y seguimientos se capturan los cabecillas de las bandas delincuenciales y se procede a dejarlos a buen recaudo de las autoridades. Es lo que finalmente se busca y lo que va a determinar si la nueva estrategia en seguridad ha servido, ha fracasado o le faltan dientes.

Reza el nuevo adagio popular que Bogotá no aguanta un gestor de paz más, no hay que premiar a ilegales con plata y con reconocimiento, hay es que capturarlos o neutralizarlos.  Esto no le importa a Petro, pero sí a más de nueve millones de habitantes de la hermosa Bogotá.

Un punto más en estas variantes puede ser el de suplir el pie de fuerza con personal que vivió momentos caóticos y difíciles en materia de orden público y es precisamente, el de la pasión y amor por lo que se hace. El juego de las comparaciones respetuosas nos dice que no es lo mismo un oficial recién graduado en la escuela General Santander que uno que llegó hasta coronel o mayor, no sólo por la juventud del primero sino por la pasión de aquel que entregó sus mejores años de vida a su institución. Vivir para contarlo jamás será igual a contarlo para vivirlo.

Finalmente, la gente ve con buenos ojos esta propuesta, pero también le exige a Galán que los uniformados activos dejen sus cómodas oficinas y patrullen las calles bogotanas con miras a la prevención del delito, a fortalecer la presencia de la autoridad en sectores vulnerables y a trabajar por esta ciudad sin descanso.

Buen viento y buena mar a esta propuesta, lástima que en el resto del país y por cuenta del presidente el fortalecimiento del delito empodere a los malos y les permita ir ganando el pulso frente a la inmensa mayoría, la gente de bien.

 
Publicado en Columnistas Regionales

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