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César Salas Pérez   

La Rusia de Putin tiene en su radar invadir Ucrania y sin más preámbulos, desafiar a quien intervenga en sus planes, incluso, al cansado y lento presidente Biden que se ve más en el papel de decir lo que le digan al oído sus lamentables asesores en política exterior, que ejecutar un plan estratégico que le impida al Zar ruso invadir con sus tropas al país de la Europa del Este.

Y no es para menos, ya que la concentración militar rusa continúa alrededor de Ucrania acompañada de un discurso amenazador de Moscú si sus demandas no son aceptadas. Son un poco más de 100.000 soldados apostados en tres puntos fronterizos con Ucrania y dispuestos a todo.

No solo Estados Unidos, también Europa responden con un tibio “imponer a Rusia sanciones económicas, financieras y políticas si invade Ucrania”. Mientras tanto la OTAN y sus 30 países socios convocan a reuniones de alto nivel con miras a conjurar la crisis y evitar una confrontación bélica. Lo que se pone en duda es que, Ucrania no es miembro de la OTAN y, por lo tanto, en caso de ser atacada, la respuesta militar o de reserva solidaria del organismo no se podría dar.

Haciendo memoria, los dos países recientemente, entraron en una aguda pugna desde el 2014 porque las protestas ciudadanas del Euromaidán en Kiev, exigiendo al gobierno proruso de entonces, hacer parte de la Unión Europea. Putin reaccionó e invadió Crimea anexionándose a Rusia. Según la historia, la península de Crimea siempre ha sido objeto de disputa, sencillamente porque allí se define el control estratégico del Mar Negro como un activo fundamental para dominar Europa del Este, el Cáucaso y la Península de Anatolia.

Actualmente, Putin ha construido todo un entramado narrativo para justificar esta vulneración de la legalidad internacional basándose en una reiterada reinterpretación de la historia crimeana, más una suma de aspectos tanto raciales como religiosos y nacionalistas que han conllevado a que Rusia retome el pasado y convierta a la península en su base naval como lo fue la de Sebastopol en el siglo XIX.

Tiene tanto pasado Crimea que fue hasta de los Nazis, y luego recuperada por los soviéticos en 1944.

Todos estos maravillosos aportes históricos están consignados en una gran obra del célebre escritor ruso León Tolstoi “Relatos de Sebastopol”.

Putin se ha salido con la suya y a través de su “Guerra Híbrida”,  ha evitado enfrentamientos directos entre tropas rusas y ucranianas, pero ya recuperó Crimea y ahora está dispuesto a dar el gran golpe, invadir y someter a Ucrania a su plan expansionista.

Vladimir P. es un amante del poder y de la filosofía, por lo tanto, ha enmarcado la anexión de la península dentro del paradigma del eurasianismo o doctrina que propugna una recuperación de los territorios que antaño pertenecían a la Rusia Zarista o a la URSS.

Con todo este andamiaje histórico, el Kremlin se la juega tanto política y militarmente por invadir Ucrania y convertirse de una vez por todas en un muro de contención de la OTAN, más exactamente, de Rumania, Bulgaria y Turquía quienes son miembros del organismo y están muy cerca de sus fronteras.

A lo anterior, se suma el control por el Mar de Azov, una ruta marítima de tránsito muy importante para embarcaciones ucranianas que da acceso a los puertos industriales y comerciales, y la explotación de enormes yacimientos petroleros y de gas en el Mar Muerto, lo que le aseguraría a Moscú tranquilidad por varias décadas en materia de yacimientos, distanciándose del mercado europeo y acercándose más a China mediante acuerdos comerciales con alto valor estratégico.

Hace varios años un informe periodístico tituló: “China: El sueño americano de Rusia”. Y sí que toma relevancia en estos tiempos el viejo titular.

Desde Moscú, las señales de invasión son una evidencia real que por ahora no tiene en su agenda la aplicación de una desescalada, ni el acelerador a fondo por utilizar el camino de la diplomacia, ni mucho menos, la transparencia en sus maniobras militares y el control de armas biológicas y nucleares.

Es una lástima que los Estados Unidos de América hayan perdido tanto peso y liderazgo a nivel mundial y solo sean convidados de piedra para sentarse con los rusos o los chinos a dirimir un conflicto llamado a ser el comienzo de la tercera guerra mundial ya que es indudable que la alianza Rusia- China está resucitando la vieja política exterior bélica utilizada en las dos primeras guerras mundiales.

Es así que, desde Washington un paquidérmico Biden intenta hablar fuerte mientras su cansancio físico y mental se lo impide y sus asesores progresistas solo fantasean en su mundo ideal, conllevando al gobierno al sepulcro del abominable silencio y la ignominia, de la omisión y de la negligencia.

Estados Unidos llega frágil a los tres escenarios que se vienen, precisamente, por falta de legitimidad política de su presidente y su pobre política exterior.

Lo que se viene, el primer escenario, el diálogo bilateral con Rusia para la estabilidad estratégica; aquí los gringos ya fueron notificados de que no habrá ninguna concesión de parte del Kremlin. Serán reuniones formales, estériles y para la foto de los periódicos.

El segundo, ante la organización para la seguridad y la cooperación en Europa (OSCE); La unión le notificó a Washington que cualquier decisión que se tome con Rusia obligatoriamente pasará por sus manos. No deciden nada porque Europa así lo ha contemplado.

Y ante el Consejo Rusia- OTAN, a lo que Putin respondió que Kiev forma parte de su esfera de influencia y no de la alianza atlántica, osea, este punto es un inamovible ruso.

Como se deduce, el otrora poderoso Estados Unidos carece de peso internacional y más parece una administración asesora que la gran potencia mundial tomadora de decisiones.

Lo que no le conviene al mundo en pandemia es que se recrudezcan los conflictos y se pase del verbo a la guerra. Aunque, a decir verdad, históricamente, los Estados poderosos, rara vez, se han podido resistir a la confrontación militar.

Publicado en Columnistas Regionales

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