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César Salas Pérez   

Respetable es que las personas decidan creer o no en Dios, en una religión, ser o no confesionales ya que además de ser una decisión personal, es un derecho fundamental de la carta política (Artículo 19). Recordemos que Colombia es un Estado laico (Sentencia C-766 de 2010, Corte Constitucional), es decir, que el Estado está en la obligación de tratar a todos los ciudadanos por igual, tanto a creyentes de cualquier religión como a los no creyentes, con miras a evitar la discriminación. Si bien, la modernidad se expresa en la consolidación de la democracia constitucional, el estado de derecho y el reconocimiento de los derechos fundamentales, como el de la libertad de cultos, la fe es un derecho inalienable al ser humano.

Pero lo que no puede hacer el Derecho Internacional, ni el Estado, ni las altas cortes, ni la política y la filosofía, mucho menos los extremos creyentes o extremistas no creyentes o mejor conocidos como ateos, ni cualquier autoridad, es decirles a las personas qué está bien y permitido y que está mal y es objeto de sanción en materia de fe.

Ciertamente, el conjunto de valores, los principios, la ética, la moral y las buenas costumbres, no vienen en empaques prefabricados, ni en archivos de un PC, ni han sido elaborados por personajes famosos y poderosos que se ufanan de tener la única verdad revelada; simplemente, son dones espirituales que se aprenden, principalmente, en familia, en el seno del hogar, a través de la palabra sabia del abuelo, del consejo de un padre de familia y del amor y el respeto que una madre inculque a sus hijos. El arte de aprender a cultivar el ser y su fe no es sinónimo de copiar e imitar, ni es una imposición vaga o artificial encomendada por unos pocos a todos. NO, el arte de aprender a cultivar el ser y su espiritualidad es un proceso del diario vivir que innegablemente, reitero, se retrotrae al hogar, a la crianza y a la formación que cada cual reciba desde infante.

La decisión es tuya, nadie puede decirte en quién debes o tienes que creer. O simplemente, decidir ser ateo agnóstico, es decir, no expresar una opinión acerca de la existencia de Dios por no tener evidencia a favor o en contra. Hay una frase muy popular que dice “Soy ateo gracias a Dios”, y es la frase irónica del ateísmo para generar suspicacia frente a los que creemos en Dios. Un dato no menor es que por la lectura personal del libro “Siete tipos de ateísmo”, de John Gray, un ateo americano crítico de lo divino y lo humano, es que más me he aferrado a la esperanza y la existencia de Dios. Rescato muchas cosas del texto, sobre todo cuando afirma que “los valores tienen algo de genético y no podemos renunciar del todo a lo que hemos heredado o respirado en la infancia, ya sea a favor o en contra”. Gray detesta el ateo militante porque es “el peor creyente de todos”.

Es paradójico el hecho de que la gran mayoría de ateos, muy en el fondo de sus discursos, reconozcan a Dios y a sus dioses; por ejemplo, F.Nietzsche, enemigo implacable del cristianismo, fue un pensador cristiano. Veía en el animal humano una necesidad de redención. Hoy la redención atea es la revolución comunista.

Arthur Schopenauer, filósofo alemán, creía que la religión dependía de la revelación y expresada en un lenguaje alegórico: “Las religiones son como las luciérnagas, necesitan de la oscuridad para brillar”.

S. Freud: “Sería muy simpático que existiera Dios, hubiese creado el mundo y fuese una benevolente providencia, que existiera un orden moral en el universo y una vida futura”.

Marx: “Igual que en la religión el hombre es dominado por el producto de su propia cabeza, en la producción capitalista lo es por el producto de su propia mano”.

Einstein: “Si Dios existiera sería muy parecido al descrito por Spinoza: Un Dios extensivo y sin naturaleza dualista…”

Desde mi perspectiva, la fe es una actitud que engloba todos los actos, la integridad del individuo, el sentimiento, la inteligencia, la voluntad, incluso, las opciones de vida. Como dijo el Papa Francisco Fratelli Tutti en su encíclica “La fe no solo es buena para la eternidad, lo es también para este mundo”. Pero creo, es una fé parecida a una bicicleta, con dos ruedas, una de la religión y la otra, de la política. En la primera está la palabra de Dios, la santa eucaristía, las oraciones, las peregrinaciones y los sacramentos. Mientras que en la segunda rueda está la política soportada en la justicia social, la inequidad y desigualdad, el grito de los oprimidos y el del planeta devorado por el hombre.

Aquí es que se ubica el punto de quiebre entre creyentes y ateos porque los creyentes creen manejar la bicicleta a sabiendas o ignorando que solo tienen una rueda, mientras que los ateos ignoran sin tanto escándalo, la rueda de la religión. Se centran en la política y pasan por encima del por qué Cristo fue preso, torturado, juzgado y condenado a muerte en una cruz. Sus críticas se vuelven severas y se declaran ajenos a creer en el Cristo vivo de la primera rueda. Muy equivocados están los que piensan que un ateo es un liberal progresista, respetuoso de otros pensamientos; puede que el ateo de base lo sea, pero el ateo político es un extremista ultraconservador y reaccionario, desligado de la religión sólo para buscar su conveniencia personal, que se victimiza ante la sociedad diciendo que es minoría perseguida, sin embargo, interviene en la agenda partidista y en los gobiernos, soportado en tendencias fascistoides y autoritarias. Un ateo con ínfulas de intelectualidad, le seduce el poder, llega a él como lobo disfrazado de oveja, así le toque decir en público que tiene fe, estando en el poder somete a los demás con odio, mentiras y teorías banales personalistas y egocentristas, desdibujando lo sagrado en un factor de cohesión social o socialismo, distorsionando conceptos como el de la patria, la propiedad, la libertad, la democracia, la institucionalidad, el trabajo y el individuo.

Lastimosamente, las sociedades seculares modernas influenciadas por el ateísmo, se rinden culto a sí mismas, pues todos sus delirios y alucinaciones, fruto de la rueda de la religión se vierten ahora en lo social. Un ateo de hoy en día afirma sin sonrojarse que la religión de nuestro tiempo “es la religión de la sociedad”, y sin darse cuenta por no haber leído lo suficiente y gracias a sus sesgos ideológicos, replican la frase de E. Bloch “Sólo un ateo puede ser un buen cristiano”.

Finalmente, creer y tener fe en Dios significan la espiritualidad que jamás podrán arrebatarle a los creyentes aquellas teorías de la modernidad, del progresismo, el comunismo y la globalización mundial; mucho menos, los ídolos de barro enquistados en la política a través del discurso beligerante y proselitista con una idea de moral única, llena de peligros y contradicciones.

Por esto he dicho: ¡Que viva el ateísmo, pero bien lejos!

Publicado en Columnistas Regionales

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