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Luis Guillermo Vélez

Lo que es inadmisible es recurrir a la ley para proscribir las preferencias ajenas que nos resultan detestables por consideraciones éticas o estéticas.

Avanzó en silencio en el Congreso un proyecto de ley que prohíbe las corridas de toros, presentado por el invisible Ministerio de Cultura. Como solo le falta el cuarto debate en plenaria de Cámara, este es el fin de la tauromaquia en Colombia.

Los gobernantes no están para imponer sus gustos o sus aversiones a los gobernados, ni los de una parte de estos, así sea mayoritaria, a otra, no importa cuán minoritaria sea. Los gobernantes están para expedir y hacer cumplir normas de conducta de carácter general que permitan a los ciudadanos convivir sin hacerse daño, a pesar de la diversidad ilimitada de sus gustos y aversiones.

En Colombia, y en todas partes, los taurinos son una minoría. Lo han sido desde siempre, pero durante muchos años pudieron disfrutar de su afición sin molestar a nadie ni ser molestados. No viene al caso repetir los argumentos en defensa de la fiesta brava, magistralmente expuestos por Fernando Savater en su Tauroética, porque no se trata de convencer a quienes no gustan de la tauromaquia. No desconozco sus argumentos y les reconozco su derecho de combatirla mediante la propaganda y el boicot, los únicos métodos propios de una sociedad libre. Lo que es inadmisible es recurrir a la ley para proscribir las preferencias ajenas que nos resultan detestables por consideraciones éticas o estéticas.

Los toros de casta, las haciendas donde pastan, las plazas de toros, los corrales, los caballos, los capotes, las banderillas, las botas, en fin, todos los aperos de la fiesta y; sobre todo, habilidades de los toreros, de los empresarios y de las gentes que trabajan en ella son, mientras no se demuestre lo contrario, la propiedad legítima de un grupo de personas. También son legítimos, mientras no se pruebe lo contrario, los ingresos que los aficionados gastan libremente en comprar las boletas para asistir a las corridas y en toda la parafernalia de la fiesta brava. Este es el punto fundamental: lo que está en juego es el derecho de disponer libremente de las habilidades personales y de las propiedades legítimamente adquiridas.

La sociedad liberal se fundamenta en el respeto a las preferencias de las personas y a sus propiedades legítimamente adquiridas. Pero estamos viviendo, no la tiranía de las mayorías, anticipada por John Stuart Mill, sino algo peor, la tiranía de las minorías activas y vociferantes, la de los “anti”, la de los que encuentran condenables las preferencias de otras minorías y ponen todo su empeño en suprimirlas.

El proyecto será aprobado y se convertirá en ley, con el voto de todos los partidos, el apoyo de los vociferantes y la indiferencia complaciente de la mayoría de la población. No hay nada de sorprendente en ello pues, como decía Ortega y Gasset, la gente no suele ponerse de acuerdo si no es en cosas un poco bellacas o un poco tontas. Esa mayoría tampoco se percatará, no inmediatamente al menos, de que esa decisión empobrece nuestra democracia y reduce nuestra libertad.

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 1° de abril de 2024.

Publicado en Columnistas Nacionales

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