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Paola Holguín      

En octubre del 2005, el historiador mexicano Enrique Krauze publicó una extraordinaria columna titulada ‘El Decálogo del Populismo’, en la que hace una caracterización del populista iberoamericano, que hoy parece una semblanza del gobierno de Gustavo Petro.

“No hay populismo sin la figura del hombre providencial que resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo”. Esa es la historia del Petro opositor, quien tenía soluciones a todos los problemas de Colombia, y de hecho, después de provocar lo que denominaron ‘estallido social’, -que no fue nada distinto a la toma violenta y terrorista de ciudades apoyada y financiada por estructuras criminales, con claros fines políticos-, le planteó al país un “cambio histórico”, que se convirtió en un ‘caos histórico’. Hoy, a dos años, está acabando con el país y profundizando todos los problemas.

“El populista no sólo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella (…). El populista se siente el intérprete supremo de la verdad general y también la agencia de noticias del pueblo. Habla con el público de manera constante, atiza sus pasiones(…)”. Esa es la constante, alocuciones y discursos cargados de disparates con pose de intelectual.

“El populismo fabrica la verdad. Los populistas llevan hasta sus últimas consecuencias el proverbio latino ‘Vox populi, Vox dei” (…), sueña con decretar la verdad única. Como es natural, los populistas abominan de la libertad de expresión. Confunden la crítica con la enemistad militante, por eso buscan desprestigiarla, controlarla, acallarla”. Basta resvisar la cuenta de ‘X’ (antes Twitter) para descubrir el Petro que alude a la verdad como si fuera un iluminado, los constantes cambios de Gabinete por la intolerancia al que piensa diferente y los ataques sin tregua a la prensa.

“El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos. No tiene paciencia con las sutilezas de la economía y las finanzas. El erario es su patrimonio privado, que puede utilizar para enriquecerse o para embarcarse en proyectos que considere importantes o gloriosos, o para ambas cosas, sin tomar en cuenta los costos. El populista tiene un concepto mágico de la economía: para él, todo gasto es inversión”. Los escándalos de corrupción, las arbitrarias reformas sin estudios serios de impacto fiscal, la asignación arbitraria del presupuesto que llevó a la renuncia al Director de Planeación, y la desfachatez de sus tesis económicas, son la mejor muestra.

“El populista reparte directamente la riqueza (…), pero no reparte gratis: focaliza su ayuda, la cobra en obediencia”. Sobran ejemplos, los requisitos para acceder al pago de su programa Jóvenes Paz o el trato que da a Antioquia, o los contratos a los financiadores de su campaña.

“El populista alienta el odio de clases (…), hostigan a ‘los ricos’, pero atraen a los ‘empresarios patrióticos’ que apoyan al régimen. Petro va por el mundo afirmando que la riqueza es la causante de todos los males de la humanidad, incluso de provocar la inminente extinción de la especie. Su violenta retórica en contra de los ricos solo cambia cuando estos se alinean o terminan en su bando.

“El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales. El populismo apela, organiza, enardece a las masas. La plaza pública es un teatro donde aparece ‘Su Majestad, El Pueblo’ (…). El pueblo, claro, no es la suma de voluntades individuales expresadas en un voto y representadas por un parlamento…sino una masa selectiva y vociferante (…)”. En su propuesta de una Constituyente, Petro afirmó: “no es un problema de mayorías (en el Congreso), es un problema de fuerza popular (…), si el pueblo decide, el poder constituido tiene que aceptar, no lo puede desconocer”. Su constante convocatoria al “pueblo”, a la “fuerza popular”, es una forma de justificar el desconocimiento a la institucionalidad.

“Inmune a la crítica y alérgico a la autocrítica, necesitado de señalar chivos expiatorios para los fracasos, el régimen populista (más nacionalista que patriota) requiere desviar la atención interna hacia el adversario de fuera”. Petro continuamente recurre a distractores de todo tipo; un día ataca a Bukele, al otro a Milei, a Dina Boluarte, a Netanyahu, y cuando sus escándalos y noticias sobre su pésima gestión ocupan a la opinión pública, saca un amplio catálogo de distractores.

“El populismo desprecia el orden legal. Por eso, una vez en el poder (como Chávez), el caudillo tiende a apoderarse del Congreso e inducir la ‘justicia directa’ (“popular”, “bolivariana”), para los efectos prácticos, es la justicia que el propio líder decreta”.

En el discurso del 17 de junio de 2018, cuando perdió la Presidencia, Petro dijo que volvía al Senado a impedir que se hicieran “trizas” la paz y las Cortes; una vez en poder, y ante las primeras decisiones adversas, las Cortes ya no le fueron tan respetables, al punto de que llegó a insinuar que el Consejo de Estado participaba de un “golpe blando” en su contra; mientras en el Congreso marchaban sin contratiempo sus iniciativas, lo consideraba un poder legítimo, pero cuando las mayorías se recompusieron, nos trató de poder mafioso. En el fondo, su idea de la Constituyente expresa su afán por cooptar completamente el poder y desprenderse de los actuales límites constitucionales y legales.

“El populismo mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal. El populismo abomina de los límites a su poder, los considera aristocráticos, oligárquicos, contrarios a la ‘voluntad popular”.

Este es el reto: ¿Vamos a permitir que la demagogia altere nuestro sistema democrático, o vamos a defenderlo al igual que a la institucionalidad y a las libertades?

https://ifmnoticias.com/, Medellín, 25 de marzo de 2024.

 
Publicado en Columnistas Nacionales

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