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Indalecio Dangond   

Hace unos años fui a las ciudades de Londrina, Maringá, Foz do Iguazú y Cascavel, en el estado de Paraná, para conocer la revolución productiva en el corazón agrícola de Brasil.

Después de varios días de reuniones con agricultores, empresarios, cooperativas agrarias y funcionarios del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Abastecimiento (MAPA) de ese país, entendí por qué los brasileños pasaron a ocupar los primeros lugares del ranking mundial en producción, productividad y exportación agrícola. Para ponerlos en contexto, Brasil es el primer productor mundial de café, naranjas y caña de azúcar; el segundo en soja y carne bovina; y el tercero en maíz y sorgo. Tienen la cuarta agricultura más grande del mundo, después de China, Estados Unidos e India.

Los brasileños juegan con las mismas ventajas nuestras: extensas zonas, clima favorable y mano de obra barata. La diferencia radica en que, mientras nosotros implementamos programas mediáticos, ellos implementan estrategias de planificación agrícola a largo plazo con mucha inversión en investigación, tecnologías, créditos ágiles y baratos, infraestructura para la logística de transporte y formación. Con esta estrategia, además de cubrir todas las necesidades de su población, exportan el 25% de lo que producen. En Colombia, sucede todo los contrario. Importamos más del 30% de los alimentos que consumimos y solo cosechamos el 16% de la superficie agrícola del país, con muchas dificultades y de manera ineficiente.

Para el gobierno brasileño, la herramienta más importante para optimizar la producción son los mapas de zonificación agrícola. Esta importantísima herramienta del MAPA, identifica los cultivos que deben establecerse en los municipios, el área máxima a cosechar y los periodos de siembras con menores riesgos meteorológicos. En Colombia, por no contar con esta herramienta, los productores de arroz de la Mojana perdieron 27.000 hectáreas con las inundaciones del rio Cauca; los productores de Casanare y Meta tuvieron más de 200.000 millones de pesos en perdidas por la caída de los precios como consecuencia de una sobreoferta del grano, debido a una mala planeación de Fedearroz.

Otro tema prioritario en el gobierno brasileño es la inversión en tecnología. En Brasil, la investigación en agricultura tropical es realmente impresionante. La Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (EMBRAPA) tiene 41 centros de investigación con mas de 9.000 profesionales cubriendo todos los Estados del país, para transferir semillas de alta calidad a los productores, con rendimientos de 12 ton/ha en maíz; 38 ton/ha en yuca y 45 ton/ha en sorgo. En Colombia, no llegamos siquiera al 50% de esos rendimientos y las instalaciones de AGROSAVIA, como su estructura organizacional, funcionan más como un club campestre que un centro de investigación y transferencia de tecnologías.

En política de financiamiento y riesgo rural, los brasileños son unos cracks. El crédito de fomento se presupuesta por sector. Si el gremio algodonero de Mato Grosso, por ejemplo, va a sembrar una área de 500.000 hectáreas, el Ministerio de Agricultura, Pesca y Abastecimiento, le aprueba el 100% de la financiación a una tasa de interés del 4.5% efectivo anual, con garantía estatal y póliza de seguro colectiva subsidiada. En Colombia, el crédito agropecuario para los subsectores productivos se marchitó hace rato.

¡Cuánto hay por aprender de Brasil!

https://www.elespectador.com/, Bogotá, 03 de octubre de 2021.

Publicado en Columnistas Nacionales

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