Sin embargo, en medio de esta crisis, no puedo evitar reflexionar sobre un problema que parece ser más profundo y persistente: la mezquindad por la desconexión entre los políticos y las necesidades reales de la población.
La tragedia que se está viviendo no solo es el resultado de la furia descontrolada de la naturaleza, sino también una cuota de responsabilidad humana ante la falta de previsión, la negligencia y la indiferencia institucional que convierten una crisis natural en una tragedia social.
En este caso, las fallas en la planificación y gestión del riesgo son evidentes. Las inundaciones no son un fenómeno nuevo en el país; año tras año, son las mismas regiones que se ven afectadas por las lluvias y, sin embargo, las soluciones estructurales brillan por su ausencia, en razón a que los políticos parecen más dedicados a sus intereses personales, que en gestionar la solución de los problemas que nos afectan a todos.
El departamento del Chocó ha sido uno de los más golpeados, con más de 30.000 familias damnificadas y 27 municipios inundados. Aunque el gobierno ha destinado recursos para atender la emergencia, la realidad es que estas ayudas llegan tarde y son insuficientes. La falta de infraestructura adecuada, combinada con una gestión ineficiente, ha dejado a miles de personas sometidas al clima, mientras que los políticos siguen enfrascados en discusiones estériles sobre quién tiene la culpa o quién debería liderar las soluciones.
Lo mismo ocurre en La Guajira con las comunidades indígenas wayúu, que han sufrido durante años la falta de acceso al agua potable y servicios básicos. Ahora, con las lluvias intensas, su situación se ha agravado aún más. Pero, en lugar de ver una respuesta coordinada y efectiva por parte del gobierno y las autoridades locales, lo que presenciamos es una serie de promesas vacías y discursos grandilocuentes que no se traducen en acciones concretas.
Y así pasa siempre: cuando ocurre una catástrofe natural, los políticos tienden a reaccionar con rapidez para mostrar su "compromiso" con las víctimas. Sin embargo, una vez que las cámaras se apagan y la atención mediática se desvanece, también desaparecen las promesas.
El problema radica en que, para los políticos, gestionar una crisis es más una oportunidad para ganar puntos ante la opinión pública que una verdadera responsabilidad hacia sus ciudadanos.
Mientras tanto, las comunidades afectadas siguen esperando soluciones reales, y la desconfianza hacia los políticos crece cada día, porque siempre están más preocupados por sus intereses personales que por el bienestar común.
Es frustrante ver la desconexión entre los políticos y el pueblo que se perpetúa incluso en momentos tan críticos como esta emergencia climática, que debería ser un llamado a la acción conjunta, un recordatorio de que solo trabajando unidos podemos enfrentar los desafíos del clima. Pero parece que esa lección aún no ha sido aprendida.
Al final del día, queda claro que necesitamos un cambio profundo en la forma de hacer política. No podemos seguir permitiendo que estas tragedias sean vistas como simples oportunidades para ganar votos o protagonismo mediático. Los desastres naturales seguirán ocurriendo, eso es inevitable, pero podemos evitar que se conviertan también en desastres políticos. Hay que exigir más responsabilidad y compromiso.
No basta con decretar estados de emergencia o destinar recursos, sino también acciones preventivas en términos de políticas públicas, de manera permanente, y una verdadera voluntad gubernamental para implementar soluciones a largo plazo, porque así evitamos repetir los mismos errores.
Por último, hago un llamado a los políticos: en este momento crítico, dejen a un lado sus diferencias y trabajen juntos para resolver los problemas reales del país, teniendo en cuenta que la unidad ante la adversidad no solo es un ideal, sino una necesidad urgente para salir adelante como nación.
Y como dijo el filósofo de La Junta: "Se las dejo ahí...”