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Rafael Rodríguez-Jaraba*

Solo rechazo, repudio y condena merece Antonio Guterres, Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), por haber salido de manera precipitada e irreflexiva a congraciarse con la firma del espurio acuerdo de cese al fuego bilateral, suscrito entre la banda narco criminal ELN y el remedo de presidente que Colombia padece, y peor aún, que su firma se haya escenificado en La Habana, capital de la sanguinaria dictadura cubana y en presencia del oscuro dictador Miguel Díaz-Canel.

No se entiende como Antonio Guterres puede ser complaciente con la postración de una democracia ante un puñado de bandoleros, quienes, sin el menor asomo de vergüenza y pudor, manifiestan que, a pesar de la firma del acuerdo, podrán seguir delinquiendo, secuestrando y extorsionando, de lo que razonablemente se puede concluir, que apoyar el acuerdo, de suyo, es aceptar el secuestro y la extorsión.

Si bien la paz es un bien inestimable anhelado por todos, su consecución no puede servir de mercancía política ni de pasaporte a la impunidad, como tampoco, de medio para quebrantar el orden social y legal, ni para pervertir nuestra débil y perfectible democracia y sus instituciones.

No conozco a nadie que no quiera la paz, como tampoco, a nadie que quiera la guerra, por eso considero falso y perverso que Petro afirme, que todo aquel que no apoye su modelo de paz total con impunidad, es amigo de la guerra y enemigo de la paz.

Conociendo a Petro es fácil deducir, que lo que busca con este acuerdo de rendición e impunidad, no es nada distinto, que ir debilitando las fuerzas del Estado, despenalizando los cultivos ilícitos y la producción de narcóticos, y, legitimado a los criminales que se dedican a su tráfico.

Para Petro, el problema no son los actos criminales y de barbarie que durante décadas ha cometido, comete y seguirá cometiendo el ELN; el problema, es la inmensa mayoría de ciudadanos que no están de acuerdo que tantas fechorías sean perdonadas, premiadas y gratificadas.

No en vano, los serios reparos al modelo de “paz total” que promueve Petro, coinciden con las observaciones del Fiscal de la Corte Internacional de Justicia que administra el Estatuto de Roma, que juzga los crímenes y delitos de lesa humanidad, así como con las denuncias de Human Rights Wach y las serias reservas de Amnistía Internacional.

Colombia no puede seguir avanzando hacia un insondable desfiladero, que podría terminar agudizando la violencia y la pobreza, y desterrando toda esperanza de lograr una paz definitiva y estable, fundada en legalidad, orden y justicia. Es claro que la nación no es consciente, de los alcances del acuerdo que a sus espaldas y en contravención a la Constitución y la ley Petro suscribió en La Habana.

Tampoco la mayoría de los colombianos tienen conciencia que, el Gobierno con el beneplácito de una bancada parlamentaria dócil y obsecuente, fletada con el pago de solapadas prebendas, pretende reformar la Constitución Nacional violentando su espíritu y, desconociendo y sustituyendo de manera ilegal al constituyente primario y al mismo Congreso de la República.

Así como no conozco enemigos de la paz ni amigos de la guerra, tampoco conozco a nadie sensato, que crea que la paz se consigue premiando, fortaleciendo y enriqueciendo a los criminales, y debilitando a las instituciones.

No es concebible que un gobierno que cuenta con menos de 30% de aceptación popular, persista en sacar adelante y a cualquier costo un nuevo proceso de paz con impunidad que tan solo provoca mayoritario rechazo y repudio nacional.

Si queremos una paz verdadera, segura y estable, debemos tener claro, que la violencia no cesará renunciando al imperio de la justicia, quebrantando la ley, premiando la villanía, burlando la inocencia y cediendo el control de las instituciones a los delincuentes.

El camino no es la paz con impunidad; el camino es el fortalecimiento de la educación y la justicia, únicas capaces de propiciar y mantener el orden, garantizar la libertad y perpetuar la vida pacífica de la sociedad.

Los días que se avecinan no serán los mejores para Petro, y, sus desvaríos, despropósitos y desinteligencias terminarán aislándolo y, de seguro, sumiéndolo en una profunda y peligrosa depresión de la que difícilmente saldrá.

Petro terminará solo y atrapado en el laberinto construido con su propia perversidad; muchos de sus secuaces en la cárcel; y, sus electores burlados, arrepentidos y desengañados.

COLOFÓN 1. Ni aumentado la víspera los salarios a los maestros; ni declarando flexibilidad académica en las universidades públicas; y, ni sacando a los sindicatos, aprendices del Sena, funcionarios públicos y hasta niños de los colegios oficiales, Petro logró congregar apoyo para sus obtusas, regresivas y destructivas reformas. Las calles y plazas de Colombia no le pertenecen al remedo de presidente que Colombia padece, y lo único que Petro busca, es hacer de ellas campos de confrontación, violencia, caos y anarquía.

COLOFÓN 2. Inaceptable la intimidación y las amenazas de Petro a la prensa y, peor aún, las advertencias a la oposición. No se entiende como algunos colombianos pudieron votar por este ex criminal, que de nuevo vuelve a serlo según lo dicho y revelado por el cínico y despreciable Armando Benedetti.

¡No más Petro!

*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional en Derecho. Profesor Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.

 
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