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Rafael Rodríguez-J*

Si algo me causa duda y temor, e infunde profundo respeto, es escribir, y más, exponer lo escrito a escrutinio, crítica o reflexión pública. Más fácil me resulta, concebir, domar, amaestrar y emitir ideas, que reducirlas a letras y enjaularlas en renglones. Nada más desafiante que convertir el pensamiento en prosa y tamizarlo para que no se disperse, deforme o confunda.  

Ninguna actividad me resulta más dolorosa y placentera que escribir, aunque nunca quedo satisfecho con lo que escribo, por pensar, que más valor tiene el papel o los caracteres que gasto, que lo que en ellos plasmo y aún más valioso, es el tiempo y la atención que dedican quienes se atreven a leerlo. Escribir es un agradable sufrimiento imposible de evitar, que me hace sentir vivo, más consiente de la realidad y comprometido con la verdad.

Y escribo, porque no me conformo con ser pasivo observador de lo que vivencio y de lo que produce en mi mente, corazón y reflexión. Escribo, para registrar mis impresiones, refrenar mis pasiones, apaciguar mis ideas, ordenar mi pensamiento y depurar mi opinión. También escribo, para desahogar mis alegrías o despojarme del dolor. Escribir, es el mejor nutriente de mi alma.

Pero no me basta escribir para tan solo opinar, considero que el conocimiento, el discernimiento y el pensamiento deben abandonar las universidades, para copar los medios, tomarse las calles y servir de orientación didáctica para la sociedad, por lo que no concibo, escribir sin fundamentos y argumentos que consulten la ciencia, el conocimiento y la evidencia, así corra el riesgo de tan solo concitar el interés de pocos lectores.

Admito, que, con frecuencia, mis letras no son de fácil comprensión y que parecieran ser, extensión de mis artículos académicos, memoriales judiciales, conceptos jurídicos, clases en las universidades, disertaciones en conferencias y prédicas en tertulias coloquiales; también admito, que el lenguaje que empleo, en ocasiones, causa conflictos al lector y aburren su paciencia.

No en vano, un buen cofrade hace algunos años me dijo “Tú escribes para una pequeña minoría, y, para leerte, se necesita diccionario”, a lo que respondí, “Sí, para ellos escribo, porque ellos influyen en la gran mayoría, y, entre todos, debemos forjar una mejor opinión pública, de manera que algún día, la minoría se vuelva mayoría

Como devoto seguidor del pensamiento orientador de Ortega y Gasset, considero, que el conocimiento del mundo solo puede partir de la perspectiva y ubicación de cada ser humano, pero la perspectiva y ubicación de cada uno, debe estar bien informada y más que eso, fundamentada, por lo que resulta infaltable, que, para entender el presente y prospectar el futuro, sea necesario reconocer la ciencia, respectar el conocimiento y estudiar el pasado, y, de no ser así, seremos forasteros dóciles y despistados, condenados a repetir lo que oímos y nuestra opinión será la última que escuchemos.

Al respecto, Ortega y Gasset, dijo: “El mundo es como un bosque; desde dentro de él no se pueden ver más que unos pocos árboles, pero nunca la foresta por entero. De esa misma manera se nos presenta la realidad”. Luego agregó, “La opinión de quienes se atrevan públicamente a expresarla, debe ser un intento por construir conceptos que respondan a la realidad que subyace a las impresiones concretas que hay del mundo”.

Con igual convicción creo, que la indiferencia nos inmoviliza y adormece, y nos condena a la resignación y el conformismo, con lo que terminamos siendo tolerantes y complacientes con la torpeza, el desafuero y la villanía, por eso, mis letras, con frecuencia, tienen afincada entonación contestataria, máxime, si esos despropósitos amenazan la vigencia de la verdad, la libertad, la justicia y la democracia. De ahí mi postura irreductible frente a la arrogancia de la desinteligencia, el regresivo populismo comunista, la usurpación de derechos y la restricción de la libertad.

Por último, y para aliviar el rigor de estas letras, confieso, que, mi esposa me ayuda a corregir mis columnas y que, si quedan bien escritas, es gracias a ella, o, si resultan aburridas, es culpa mía. Con una correctora como la mía, es un placer cometer errores.

En el 2023 seguiré padeciendo el placentero sufrimiento de escribir y prometo, mejor análisis, mayor profundidad y buena letra para que me entiendan.

*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional en Derecho. Profesor Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.

 
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