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Rafael Rodríguez-Jaraba*

Nunca antes como ahora, votaré con tanta convicción cívica, jurídica y académica por el futuro de Colombia, e invito a todos los colombianos a hacerlo, sea cual fuere la elección, siempre y cuando no comprometan la continuidad de la democracia y la libertad.

Por mi parte, votaré en conciencia y con profunda certeza por Federico Gutiérrez, quien ha dado suficientes muestras de independencia, capacidad, decisión y valor para reunificar la nación y conducirla al progreso.

Bien es sabido que lo que está en juego en las próximas elecciones, más que la elección de un candidato, es la continuidad de la democracia o el advenimiento del populismo comunista, fallido, anacrónico y regresivo modelo que siembra ilusiones y esperanzas, pero solo cosecha violencia, frustración y miseria.

De ahí la decisiva importancia que el próximo domingo la nación entera concurra a las urnas, ejerza su derecho al voto y manifieste su voluntad de defender y proteger la democracia.

Es claro, que tan solo Federico Gutierrez y Gustavo Petro tendrán opción de pasar a la segunda vuelta, y, que mientras Gutiérrez busca consolidar y fortalecer la democracia, Petro quiera hacerse elegir en ella para luego destruirla.

De ganar Federico Gutiérrez la primera vuelta, en probable que sea el próximo presidente de Colombia, e inclusive, de no ganar y pasar a la segunda vuelta, pues no se entendería, que los candidatos que quedarán por fuera de la contienda no apoyaran su nombre y se plegaran a la perversa, mentirosa y engañosa campaña de Petro.

De ganar Federico Gutiérrez la carrera a la presidencia, la tarea que le espera es monumental, desafiante y demandante. Estará obligado a diseñar y articular una reforma estructural que corrija la honda desigualdad social que divide la nación. Además, deberá ser implacable en la lucha contra la corrupción, solvente en economía, acendrado en administración, efecto a la planeación, obcecado por la educación, paladín del orden y respetuoso de la ley y la justicia, sin cejar, en la guerra frontal contra el narcotráfico y el terrorismo, y menos, en la lucha contra la pobreza y la exclusión.

Para acortar el camino hacia el progreso, Federico Gutiérrez deberá renunciar al conformismo que depara la evolución previsible de un modelo económico conservador, incapaz de modificar la realidad del mercado y tan solo bueno para atacar los efectos y no el origen de la causa de los problemas.

La meta cimera de su mandato deberá ser la construcción de un nuevo modelo económico audaz y sostenible, capaz de dinamizar la generación de empleos, resolver las necesidades básicas de la población vulnerable, nivelar la salud, universalizar la educación, y recomponer y fortalecer la justicia, para así poder ambientar la paz que asegura la gobernabilidad.

Respetando con celo la iniciativa y la propiedad privada, deberá detener la creciente concentración de la riqueza y mejorar la redistribución de ella; solo así logrará consolidar la democracia y desterrar la demagogia populista que asola la región.

Cerrar la brecha entre pobres y ricos es urgente y no da espera; pero hacerlo otorgando subsidios y subvenciones paternalistas que aumentan el déficit, el endeudamiento y los impuestos, es engañoso y peligroso.

La política fiscal en Colombia es repentista e irracional, causa desigualdad, obstruye el crecimiento, desalienta el empleo, castiga el consumo y otorga injustos beneficios a sectores solventes. Para promover la inversión, reducir la pobreza, aumentar la demanda y alentar el crecimiento, es prerrequisito que en su gobierno se eliminen los impuestos al empleo y al consumo de bienes básicos.

De ceder la pandemia, Federico Gutiérrez tendrá que acometer una reforma fiscal inspirada en equidad, que abone a la abultada deuda social, y en la que los impuestos sean proporcionales y progresivos al ingreso y exonerados de ellos la canasta familiar, la salud, la educación, la vivienda, el transporte, los bienes de capital, los servicios públicos domiciliarios, así como aquellos bienes que el país no produce o cuya producción es insuficiente.

También deberá restituir la competencia en el mercado financiero, racionalizar las tasas de interés, acabar los abusivos cobros de los servicios bancarios y detener la escalada de precios concertada por sectores protegidos que abusan de su posición dominante. 

Una tarea tan compleja y exigente, demanda carácter y formidables capacidades, cualidades y virtudes, de ahí la necesidad de elegir a Federico Gutiérrez quien las aúna, y para lograrlo, deberá conformar un gobierno de unidad nacional en el que converjan las mejores y más esclarecidas inteligencias del país.

Invito a mis lectores a defender la democracia votando por Federico Gutiérrez, y así asegurar que los mejores días de Colombia estén por venir.

*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mg. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional. Catedrático Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.

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