Son muchos los que critican – con sobrada razón – el Acuerdo de Paz negociado en La Habana. Y lo critican, entre otras, por tres razones: la primera es que más que un acuerdo (que obviamente ha debido tener como eje fundamental la reparación a las víctimas), dicho protocolo en la práctica hace caso omiso de los derechos de los damnificados; segundo, porque dicho acuerdo es un documento asimétrico que lejos de adjudicar responsabilidades a los narcotraficantes de las Farc, coloca la totalidad de la carga encima del contribuyente colombiano; y tercero, porque en dicho acuerdo no solo dejaron de lado la necesidad de atacar de frente al narcotráfico, la gasolina que alimenta el conflicto, sino que abrieron las puertas para que ese delito se multiplicara.
¿Y cómo y porqué se negoció este esperpento de Acuerdo? En muchas cosas se puede estar en total desacuerdo con Humberto de la Calle, el otrora principal negociador del gobierno, pero es un hombre serio y las negociaciones con las Farc iban, con obvios tropiezos, marchando. Dentro del equipo negociador estaba también un hombre de impecables credenciales, el general Mora Rangel. Pero a último momento a Santos le entró un afán desmedido de firmar lo que se le presentara, haciendo total óbice que con un acuerdo negociado a la ligera estaba comprometiendo el futuro del país. Santos hizo de lado a los negociadores originales y nombró como su representante plenipotenciario, con poderes omnímodos, a Roy Barreras, quien en pocas semanas llegó a un desastroso y lesivo acuerdo con el abogado de las Farc y hoy secretario del Partido Comunista de España, Enrique de Santiago. El letrado español, un marxista con bastante más bagaje y conocimiento del derecho internacional que el médico – manzanillo Barreras, le dio sopa y seco al vocero de Santos y lo conminó a firmar un tratado de claudicación.
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En pocas semanas Barreras llegó a un desastroso y lesivo acuerdo con el abogado de las Farc y hoy secretario del Partido Comunista de España, Enrique de Santiago
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La ágil periodista María Isabel Rueda, refiriéndose al criminal atentado contra el Club El Nogal que dejó 36 muertos y 200 heridos, pone en blanco y negro las consecuencias de lo que se acordó en La Habana: “Pero a estos falsos cimientos de la defensa de las víctimas de El Nogal, y siento ser tan cruda en esta afirmación, se suma el espectáculo de lo que vimos en dicha conmemoración. Timochenko, como uno de sus invitados principales, para no decir “homenajeado”, tomó la palabra; y sin haber pagado un solo día de sanción sobre sus condenas a 480 años de prisión por homicidios, secuestros, reclutamiento de menores y actos terroristas, hizo las siguientes afirmaciones que publicó el programa La Noche de RCN: preguntado sobre su obligación de reparar económicamente a las víctimas, Timochenko respondió cínicamente: “¿Dígame, en qué punto del acuerdo de paz está eso? ¿En el 3.1, en el 3.8, en el 4.5? No he leído eso en ninguna de las 320 páginas del acuerdo. Sería un hecho inédito que a un grupo subversivo que está peleando con el Estado se le dé la potestad de reparar económicamente a las víctimas”. Luego la reparación no les compete a las Farc, sino al Estado, que, según afirma Timochenko, “se está haciendo el pendejo”.
El cinismo de Timochenko refleja que lo que se acordó en La Habana entre Barreras y de Santiago es un documento que se burla de las víctimas; que deja todas las obligaciones económicas es en manos de los contribuyentes; y que pasa por encima del narcotráfico como si esa actividad criminal jamás hubiera existido. Parafraseando al general germánico, “A ese esperpento lo llaman paz”.
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Apostilla: los calificativos de los progres asombran cada vez más. En días pasados, una columnista progre calificaba al capitalismo como hirsuto, una palabra que significa pelo disperso, desaliñado y duro. ¿Alguien tendrá la bondad de explicar el parecido entre el capitalismo y el pelo disperso?
https://www.las2orillas.co/, Bogotá, 20 de febrero de 2022.