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Beatriz De Majo      

Ningún gobierno en la esfera internacional a esta hora ha reconocido al talibán como legitimo gobierno de Afganistán. A China no le falta mucho.

Pekín acaba de dar un primer paso en el sentido de pedir a la comunidad internacional el levantamiento de las sanciones que le impiden tener acceso a nueve mil millones de dólares de las reservas afganas, que se encuentran congeladas en la actualidad. Su petitorio tuvo como escenario la reunión virtual del G20 sobre Afganistán.

Una vez más desde Pekín levantan un muro en lo que atañe a una actuación coordinada del planeta en torno al más grave conflicto global que se encuentra en evolución. Pero una postura común está aún lejos de alcanzarse desde que Estados Unidos tomó la decisión unilateral de retirarse de ese país generando un espacio de actuación interesada y contraria de parte de sus adversarios.

Pues es así como China no ha esperado para “tomar el testigo”. Fue el primer ministro Wang Yi quien aseveró que las “reservas afganas son un activo de la nación... Pertenecen al pueblo y deben ser usadas para el pueblo”.

Ocurre que desde la toma del poder por el Talibán, Afganistán enfrenta un descalabro de gigantescas proporciones. La economía del país se ha sustentado, por dos décadas seguidas, en un esfuerzo de ayuda internacional al desarrollo que representaba un ingreso de cerca de seis mil millones de dólares anuales, sin hablar de la ayuda militar estadounidense. Hoy por hoy, dependen de apenas mil millones de dólares que provienen de cooperación internacional, mientras las reservas del Banco Central se encuentran “secuestradas” en bancos occidentales, principalmente en los norteamericanos.

El retorno de los islamistas al poder es la gran oportunidad para que China, al igual que Rusia, pesque en río revuelto, como reza el refrán. De acuerdo con la FAO, apenas 5 % de las familias son capaces de levantar los fondos necesarios para alimentarse y el sistema sanitario está igualmente al borde del colapso. Las alertas del primer ministro británico, Boris Johnson, a Xi Jinping y a Vladimir Putin han caído en saco roto. A raíz de un contacto entre ellos —a iniciativa de Londres, claro está—, la respuesta fue la de enviar una delegación a Kabul con el propósito de establecer formas de contacto con los líderes del Talibán y maneras de paliar la crisis económica. Sin duda alguna, un encuentro de esta naturaleza versó igualmente sobre temas estratégicos para mitigar la inestabilidad que reina. Para ello, reclutaron a altos representantes del gobierno de Pakistán, país con mayor influencia sobre las autoridades de Kabul que la de China o Rusia.

Una catástrofe humanitaria como la que se anuncia en suelo afgano es el mejor caldo de cultivo para el asentamiento y la proliferación de movimientos terroristas. Es igualmente un buen momento para hacerse presente con fórmulas salvadoras de conectividad económica. Una muy resaltante es la construcción del Corredor Económico China-Pakistán —un componente esencial y emprendimiento mayor de la Nueva Ruta de la Seda—, que roza geográficamente con Afganistán. Ali China enterrará más de 60 mil millones de dólares y, según las promesas de Xi, este corredor proveerá una vía de bajo costo para aumentar sustancialmente la capacidad comercial de los países aledaños con Europa, el Medio Oriente y África del Norte.

China está dando, pues, los primeros pasos en el terreno de la cooperación económica que los afganos necesitan con desespero, pero en el paquete se incluirá el tema de la seguridad, la protección de las fronteras con China y la no utilización del territorio afgano para acciones que pongan en peligro la seguridad de China

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 29 de septiembre de 2021.

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