Lo es, en efecto. Se trata de un discurso que no deja lugar a duda alguna sobre el talante y los propósitos de quien hoy nos gobierna. El país queda notificado de que su política no será de consensos, sino de imposiciones. Lo suyo no es una socialdemocracia de tipo europeo, sino un extremismo puro y duro, un sí es no es de inspiración comunista.
Ahí se anuncia todo un programa de lucha de clases inspirado en un áspero resentimiento social y en una conciencia histórica deficientemente construida a partir de prejuicios e interpretaciones simplistas acerca de nuestro pasado.
Aunque no ha definido en detalle el cambio que proyecta imponer, todo indica que su proyecto se encamina a modificar sustancialmente la estructura social, el sistema económico, el ordenamiento normativo y, en suma, la configuración política de Colombia. No se atreve a decirlo con franqueza, pero su modelo es el castrochavista.
Es un modelo fracasado tanto en Cuba como en Venezuela. Su implantación no ha traído consigo el mejoramiento de las condiciones de vida de la gente del común, ni más espacios de libertad ni de igualdad. En ambos países se han incrustado unas elites rapaces que disfrutan de todas las ventajas de las sociedades civilizadas a expensas de sus respectivas poblaciones, a las que se somete a severas disciplinas y a sendos regímenes de mera subsistencia. Millones de cubanos y venezolanos han optado por el exilio al ver frustradas sus esperanzas vitales.
Impresiona el mesianismo que exuda ese discurso. La perorata lo presenta como el redentor llamado a superar todas las injusticias ancestrales que agobian a los distintos sectores del pueblo colombiano. Se cree la reencarnación de Jorge Eliécer Gaitán, el célebre caudillo sacrificado el 9 de abril de 1948 probablemente por los comunistas. Hay múltiples indicios que avalan esa hipótesis. No de otro modo se explica que un periódico venezolano se anticipara a informar el acontecimiento antes de su ocurrencia e informara que Rómulo Betancur estaba liderando la protesta popular en Bogotá.
En escritos anteriores he llamado la atención sobre su idea de la democracia tumultuaria, en la que la voz de la razón se silencia al verse ahogada por el grito estridente de las turbas. Que recuerde, esa es la concepción de la democracia que condujo a los jacobinos a su fracaso en la Revolución Francesa. Lo que propone como organización popular para defender en las calles los proyectos gubernamentales no es otra cosa que la incitación al amotinamiento y en definitiva al caos. El putsch que promovió hace dos años con el propósito de derrocar al entonces presidente Duque es un claro precedente de lo que se propone activar desde el gobierno en contra de lo que considera su "enemigo interno".
¿Quiénes lo conforman? Sinuosamente responde que toda una estructura de normas, costumbres, pautas, prácticas, intereses, vale decir, toda una cultura que, a la postre, se sostiene por la acción de ciertos grupos sociales que ejercen de distintas maneras el control del Estado para su propio beneficio y en desmedro del pueblo llano. Ese enemigo, en últimas, no es otro que el enemigo de clase que el leninismo y luego el estalinismo se aplicaron destruir violentamente en la Unión Soviética. Hay en su concepción, además, cierto ingrediente hitleriano cuando habla de las reivindicaciones de los indígenas y las negritudes contra los esclavistas blancos.
No cabe duda de que estamos sometidos hoy a un liderazgo tóxico que los analistas de la crisis de la democracia actual consideran que está llamado a desfigurarla.
Yo abrigaba la ilusión de que Colombia, a pesar de todo, pudiera en estos momentos, encauzarse por un rumbo promisorio. Debo reconocer que pensaba con el deseo. Lo que me indica el discurso de Caldono es otra cosa. Estamos presenciando un salto al vacío. O, como afirma un amigo, vamos en picada.