No es cosa de poca monta que toda una ministra de Estado confunda ‘billones’ con ‘millones’. Tampoco sabrá la diferencia entre ‘billion’, en inglés, y ‘billón’, en español.
Pobrecita, muchos han sugerido que se le retiren tres ceros a nuestra moneda para hacer de las cifras económicas algo más comprensible. Pero una cosa es que no entienda números gruesos el tendero de la esquina y otra que la ignorante sea la ministra de Minas y Energía, una filósofa que no tiene la menor preparación para el cargo y se ha vuelto el hazmerreír a pesar de la gravedad de sus propuestas.
Y es que en ese vital ministerio se alteraron los manuales de funciones y competencias laborales en los primeros días del gobierno Petro, pasando de exigirles a los numerosos y bien pagados asesores, formación en áreas relacionadas como Administración, Economía, Geología, ingeniería de Minas, Petróleos y afines, a cosas tan absurdas para este caso como Filosofía, Antropología, Teología, Literatura, Artes y muchas más.
Pero el que la Ministra a duras penas sepa dónde está parada es un asunto meramente anecdótico si se atiende la gravedad del trasfondo en el que se generó su desatino.
El problema es un supuesto déficit del Fondo de Estabilización de Precios del Combustible que ha llevado al presidente Petro a creer que la solución más acertada es subir el precio de la gasolina en un 60% y hasta más. Es decir, un galón de gasolina que hoy cuesta 9.000 pesos y fracción podría quedar entre 16.000 y 18.000 pesos, con el argumento de que ese es el precio internacional y que el Estado no tiene por qué subsidiarle el combustible a los ‘millonarios’ que usan su carro particular, su moto, o montan en taxi.
Que es mejor, con esa plata, asegurarse de que no haya niños que aguantan hambre. El tema es viejo. Muchos se preguntan por qué nuestra gasolina se paga a precios internacionales a pesar de que somos autosuficientes y producirla cuesta muchísimo menos del precio al que la obtiene el consumidor.
Precisamente, como ocurriría con el gas natural cuando se acaben nuestras reservas y por haber detenido la exploración de nuevos yacimientos haya que importarlo de Venezuela, a precios internacionales.
Es como si una tacita de café, en la tienda de la esquina, costara 20.000 pesos para equipararla con lo que vale en París o Nueva York, inflando las arcas del Estado para gastar a manos llenas. Es que el combustible, que podría ser un determinante muy favorable para nuestra competitividad, se ha vuelto una caja menor —muy grande, en realidad— de la que los gobiernos echan mano para cumplir con sus prácticas populistas.
De hecho, más de la tercera parte del precio del galón son puros impuestos, porque este es un arbolito de Navidad al que le cuelgan de todo.
Lamentablemente, de acuerdo con investigaciones de la firma Raddar, por cada 10% que suba la gasolina, la inflación en el país podría incrementarse un 0,5% adicional, lo que significa que la inflación pasará del 11% al 14%.
Si se subiera también el precio del diésel, el transporte intermunicipal de pasajeros se incrementaría un 19% y el transporte de carga, el 24%, todo esto con un terrible impacto en la economía.
Mal momento para una reforma tributaria. Mal momento para aumentar el precio del combustible. Y se viene un incremento del salario mínimo que podría ser hasta del 20%. ¿Se dará cuenta este gobierno de que está jugando con candela? El alza del combustible es la mecha que prende muchas protestas, pero la inflación es peor y puede volver cenizas una economía.