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Daniel Samper     

Apreciado presidente:

El propósito de la presente es poner a su consideración, con humildad y ánimo de servicio, mi nombre como futuro director del Invima, aspiración a la que tengo derecho desde que su gobierno, en generoso acto de inclusión social, removió las condiciones para que pueda ser ejercido ya no por las élites científicas y neoliberales del país, sino por colombianos del común que quieran aportar al gobierno del cambio: en concreto, del cambio de requisitos. Quiero, pues, sumarme a ese juramento de hipócritas que representa el Pacto Histórico (de Hipócrates, corrijo: de Hipócrates; cometo errores de digitación a la manera de Irene Vélez, para que observe sin prevenciones que soy uno de ustedes) y postularme para el proceso, toda vez que mi nulo conocimiento sobre temas científicos y administrativos, y el historial que sobrellevo como youtuber, hacen que mi perfil sea el adecuado para gerenciar una entidad que requiere de un director que piense por fuera de la caja. Al menos de la caja registradora.

Presidente: pocos líderes como usted tienen la osadía de rodearse de personal fresco, que piensa diferente. Así lo hizo con el director de la Unidad de Prevención del Riesgo, señor Olmedo López: un hombre de hoja de vida modesta cuyos mayores méritos laborales consistían en ser amigo de Julián Bedoya, ocupar una curul del Concejo de un pueblito llamado Caramanta y gerenciar la campaña de Clarita López en Antioquia, donde aprendió a gestionar su primer desastre. Un hombre que, sí, en este momento está destituido por la Contraloría, y, más grave todavía, se llama Olmedo, pero a quien usted le dio la oportunidad: mírelo ahora como gran cabeza de la crisis ambiental más grande de nuestra historia reciente. Los cerros parecen una feria del libro organizada por Alejandro Ordóñez. De los páramos salen fumarolas que solo se habían visto en la sala de Susana Boreal, en las comisuras de Daniel Carvalho. Y allí está Olmedo, firme y resuelto y sobre todo empírico, justificando los ochenta millones de salario que le asigna el Estado mientras aprende sobre incendios en el camino. Porque la única llama que había visto en toda su vida era la de la plaza de Bolívar, con la que se tomó un retrato.

Cualquier otro mandatario lo habría inscrito siquiera en un curso práctico sobre fogatas dictado por Isabel Zuleta, o lo habría destituido para nombrar en su reemplazo a alguien con experiencia en quemadas, como Gustavo Bolívar.  ¿Pero usted qué hizo, presidente? ¡Acogerlo! ¡Y sin juzgarlo, como enseñaba Nuestro Señor Jesucristo! ¡Porque sabe que, si bien Olmedo era un don nadie en el delicado asunto de la gestión de desastres, este es el gobierno de los nadies y merecía la oportunidad! 

Sé que el gobierno del cambio ha mostrado imaginación y audacia en la administración pública y que gracias a él se han revaluado conceptos como el de “conocimiento técnico” o “definición de roles”, instaurados por los dueños del gran capital desde Chapinero. Apenas esta semana el ministro de Salud planteó una reforma tributaria; el del Interior anunció la construcción de centros de salud y la cancillería entregó pollos de engorde en La Guajira. Hay que permitirlos divagar, como aconsejaba el ministro de Hacienda (antes de anunciar que no pagará nóminas de enero para recuperar las que pagó tres veces). Pero si —a modo de excepción— fuere necesario presentar experiencia en el sector que uno aspira a dirigir, en mi caso puedo afirmar con orgullo que tengo todos los discos de Jarabe de Palo; que soy capaz de certificar cuál es el mejor suero del país, al menos el costeño; que he hecho control de calidad a los chistes de Jeringa y a las columnas de Salud, y soy capaz de diferenciar los unos de las otras. Y que, si bien no sé todavía qué diablos es un registro sanitario, he estado en sanitarios en los que he dejado registro.

Bajo mi administración, renovaré la licencia del producto Revertrex, de Amparo Grisales, para que se le distribuya de forma gratuita al excanciller Leyva; otorgaré certificado medicinal a la chicha, la changua y demás bebidas ancestrales; retiraré permisos a todo retroviral que cure los virus que se esparcen por las estrellas del universo; daré estatus de droga al café; clasificaré la raspadura de rodilla como enfermedad incapacitante; elevaré el precio de cada caja de Pax, en especial de la rebajada la Pax Total; incautaré las keratinas de Epa Colombia y se las entregaré a modo de donación a Isabel Zuleta; encargaré de los temas de etiqueta a Carmiña Villegas; emitiré un edicto para dejar de llamar enfermedades a las enfermedades (para  que baje por defecto el número de enfermedades). Y prohibiré la venta de valeriana con el fin de alterar los nervios de ya sabemos quién.

Imagino que en este momento sopesa la hoja de vida de candidatos que despiertan su interés: el Indio Amazónico, por ejemplo; o el pastor Saade que no solo halló la cura científica del coronavirus depilando una pelota de caucho mientras le ordenaba secarse en el nombre del Señor, sino que ya tiene experiencia en la administración pública: ha recibido de la Unidad de Gestión de Riesgo —el instituto de Olmedo, precisamente— contratos por  21 milloncitos mensuales: poco más de los que le han llovido a la prima de su hijo Nicolás: para que no se diga que en el gobierno de los trabajadores, no se pagan muy bien las primas.

No descarto que quiera nombrar a la propia ministra de Deporte para que, desde el Invima, y como corresponde a su tradición, clausure no las justas Olímpicas, sino las Supertiendas Olímpicas. O que ya haya resuelto entregar la entidad a Laura Sarabia para que se ocupe de eso ella también, qué diablos. Pero antes de decidirlo contemple mi nombre.

Quizás no hago parte del círculo cercano de doña Verónica, la directora de Recursos Humanos del Gobierno, esa head hunter ad honorem que no cobra un solo peso por su trabajo: eso es austeridad. Para ella seré un simple hijo de vecino (aunque no del conjunto Santa Ana de Chía como para merecer el nombramiento).  Pero permítame pedirle que crea en mí. Deje que mi nombramiento me caiga como el de la señora Rusinque: del cielo. Si quiere ubique a Hollman Morris como mi segundo de abordo (para que maneje los asuntos importantes), pero valore mi hoja de vida. Soy de los creen que su presidencia todavía tiene remedio. Y quiero ser quien emita ese certificado. ¡Y estoy que me divago!

https://cambiocolombia.com/, Bogotá, 28 de enero de 2024.

Publicado en Otras opiniones

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