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Aldo Cívico               

Saliendo de su casa, mi hermano me indicó una puerta de hierro que esconde una cueva profunda al otro lado de la calle. “Durante la Segunda Guerra Mundial fue un refugio antiaéreo”, observó. “Quizás vuelva a ser útil”, agregó, pensando en lo que está pasando en Ucrania. Desde mi adolescencia no escuchaba conversaciones sobre refugios y, en particular, sobre refugios atómicos. Me ha pasado varias veces en estos días. Ninguna guerra debería dejarnos indiferentes, porque todas nos tocan, todas son cercanas, no importa en qué rincón del mundo se combaten. Todas las guerras deberían indignarnos porque todas hieren profundamente al cuerpo unitario de nuestra humanidad.

Por ende, no se puede concebir que un candidato que tiene la ambición de ser presidente de Colombia, un país, además, que conoce el costo desproporcionado de la violencia, se muestre indiferente, distante, hasta cínico, frente a la guerra que Putin ha desatado en Ucrania. No podemos callarnos o ser tibios frente a una nueva guerra de conquista, a la tragedia de un pueblo, a los más de dos millones de refugiados que han dejado los quince días de confrontación militar. ¿Cómo quedar indiferentes frente al bombardeo cruel y criminal de un hospital pediátrico que en unos segundos arrebató la vida de setenta niños enfermos?

Me acordé en estos días de Simone Weil, la filósofa de los márgenes y de los límites, quien fue activista y pacifista, e incluso una mística y una exiliada. Esta pacifista, después de una profunda lucha interior, entendió la obligación moral de una resistencia armada contra el nazismo y se dejó morir de hambre en 1943 en Londres por no poder unirse a la resistencia francesa y combatir a las tropas de Hitler. “Nunca los hombres han sido más incapaces, no solo de someter sus acciones a sus propios pensamientos, sino incluso de pensar”, escribió en unas de sus primeras notas filosóficas. Es decir, la total deshumanización, si aceptamos que Descartes consideraba que existimos porque pensamos. ¿No es la guerra la manifestación más trágica y evidente de nuestra deshumanización y, por ende, de la incapacidad de pensar, es decir, de existir? ¿No lo son también la indiferencia, el cinismo, la soberbia, la tibieza, al igual que otras fuerzas, como el afán de prestigio? Yo creo que sí, porque son actitudes de quienes se creen separados, distintos y hasta superiores con relación a los otros. Pensamientos como no sentirse involucrados y no percibirse como ser-parte-de hacen parte de cada violencia destructiva.

Escribo esto frente a la incapacidad de Gustavo Petro de condenar a Putin y su guerra. El precandidato del Pacto Histórico ha mantenido lejanía de la tragedia del pueblo ucraniano y una cercanía de facto a Putin. Desconozco las razones reales, que sospecho no son solamente ideológicas. Eso debería preocuparnos sumamente.

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 12 de marzo de 2022.

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