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Moisés Wasserman   

Putin, con toda su vanidad, pasará a ocupar un lugar insignificante en la historia.

Pirro, rey de Epiro, derrotó a los romanos el año 279 a. C. en la batalla de Ásculo. Fue seguramente el más famoso guerrero en su época, pero entendió perfectamente los límites de su victoria. Famosamente exclamó: “Una victoria más como esta y regresaré solitario a mi tierra”. En verdad, ¿cuántos recuerdan hoy al reino de Epiro, y cuántos a Roma? Desde entonces se usa la expresión ‘victoria pírrica’ para describir aquellas que a la larga se convierten en las peores derrotas.

En el momento es difícil prever lo que va a pasar con la invasión ordenada por Putin a Ucrania, aunque su superioridad militar es aplastante. La realidad cambia por minutos y a los columnistas nos queda solo comentar con el deseo, y tratar de ver más lejos en el tiempo. Sin duda es un acto infame, que golpea a un pueblo que lleva treinta años tratando de construir una sociedad democrática, moderna y rica.

Para que no se viera tan evidente su parecido con un zar del siglo XVIII trató de justificarse con una supuesta “desnazificación” del país invadido. Le salió mala la excusa. El presidente Zelenski es un joven escritor, actor y presentador de televisión que ganó la presidencia con una mayoría del 73 por ciento. No hay nada que lo pueda señalar como nazi; además, es judío, y varios miembros de su familia murieron en el Holocausto.

Otra justificación fue que “los rusos han sufrido más que nadie por la guerra”. Resulta muy débil excusa para atacar a otros (¿que sufran como nosotros?). Además, Ucrania sufrió horrores durante la Segunda Guerra y antes de ella. La hambruna conocida como Holodomor en 1932-1933 causó la muerte de cuatro millones de personas.

Algunos sostienen que fue planeada por Stalin para eliminar los brotes independentistas. No es claro, lo que sí es seguro es que fue causada por su política del “gran viraje” que les expropió tierras, cosechas y ganado.

El resultado fue, y va a ser el mismo en el futuro cercano, un fortalecimiento del nacionalismo y una fuerte aspiración de independencia. La actual Ucrania fue constituida el 24 de agosto de 1991, apenas tres días después del golpe que destituyó a Gorbachov, y cuatro meses antes de la disolución formal de la Unión Soviética; un buen indicativo de cuál era el sentimiento prevalente.

El mundo es hoy muy diferente al que le cedió Checoeslovaquia a Hitler con el tratado de Múnich. Tampoco es el de 1956, cuando la Unión Soviética aplastó a Hungría, o el de 1968, cuando invadió a Checoeslovaquia. En alguna ocasión Stalin se burló de las protestas del Papa preguntando cuántas divisiones de tanques tenía el Vaticano. Putin ahora se pregunta lo mismo sobre las protestas de la gente, pero desprecia la conectividad, la globalización sin precedentes. Las manifestaciones en Moscú fueron transmitidas por las redes, y no pudo ocultar los 1.800 manifestantes presos el primer día. La invasión es transmitida por celulares. Google Maps describe los movimientos de sus tropas.

El golpe económico no será trivial. Congelaron las cuentas de los grandes millonarios rusos que son sus amigos (y también las suyas). Los negocios rusos están en problemas. China es el primer socio comercial de Ucrania, y si bien ve con apetito a Taiwán, tampoco se siente demasiado cómoda con la extensísima frontera con Rusia. Polonia y Rumania podrían bloquear el tránsito de mercancías entre Rusia y Europa. Si se descuaderna la economía ucraniana, a Rusia le tocará componerla con sus recursos.

No es fácil predecir qué va a pasar en el futuro cercano, pero, a menos que Putin enloquecido desate una catástrofe mundial de inmensas proporciones, yo me atrevería a decir que va a triunfar más temprano que tarde el independentismo ucraniano, y Putin, con toda su vanidad, pasará a ocupar un lugar insignificante en la historia.

@mwassermannl

https://www.eltiempo.com/, Bogotá, 03 de marzo de 2022.

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