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Jorge Ramos           

Estados Unidos acaba de realizar de manera digital el Summit for Democracy, una reunión cumbre con representantes de más de cien países considerados democráticos por el gobierno de Joe Biden. Cuba, Nicaragua, Venezuela, El Salvador, entre muchos otros, no fueron invitados.

La democracia, dijo Biden desde la Casa Blanca, es el “gran reto de nuestros tiempos”. Y luego explicó su propósito: “Ante alarmantes y constantes ataques a la democracia y a los derechos humanos en todo el mundo, necesitamos campeones de la democracia”.

Pero ¿cómo te puedes presentar como campeón de la democracia en el planeta cuando hay millones de estadounidenses que no reconocen el resultado de las pasadas elecciones y cuando el candidato perdedor, Donald Trump, no ha aceptado públicamente su derrota? Esta es la historia de ese fatídico 6 de enero.

Ese fue el día en que una turba de seguidores del expresidente Trump atacó el Capitolio. Cinco personas murieron y más de 700 han sido acusadas de violencia, conspiración y otros delitos, según el recuento de NPR. Al menos 140 policías y guardias sufrieron heridas.

Fue tan grave que hasta el hijo del presidente, Donald Trump Jr., le envió un texto al jefe de gabinete de la Casa Blanca para que su padre detuviera el ataque. “Tiene que condenar esta mierda, lo antes posible”. Pero Trump no lo hizo.

Al contrario. Miembros del Congreso aseguran que Trump promovió esos ataques con el propósito de anular las pasadas elecciones y quedarse ilegalmente en la presidencia. “Lo que ocurrió hoy fue una insurrección”, dijo el senador republicano Mitt Romney, “incitada por el presidente”.

Imposible saber qué había en la cabeza de Trump. Pero sus palabras, poco antes del ataque al Capitolio, fueron incendiarias y rechazaron tajantemente el resultado de las elecciones que él había perdido frente a Biden. En un discurso de 70 minutos ante miles de sus seguidores congregados en el National Mall, Trump dijo: “Vamos a detener el robo”. “Nunca vamos a ceder. Nunca vamos a aceptar una derrota. Eso no va a pasar”. “Si ustedes no pelean al máximo, se van a quedar sin país”. “Vamos a caminar hacia el Capitolio”.

Una investigación del Congreso está tratando de determinar si hubo una conspiración por parte de Trump y su equipo para quedarse de manera ilegítima en el poder. Las palabras de Trump no dan lugar a dudas. Pero no le resultó la trampa. El sistema democrático, al final de cuentas, se impuso.

Sin embargo, el costo para la democracia estadounidense es altísimo. Más de la mitad de los republicanos (53 %) cree que Trump ganó las elecciones y es el presidente legítimo, según una encuesta de Reuters. Solo el 3 % de los demócratas cree que Trump ganó. Es decir, EE. UU. no hace honor a su nombre y está políticamente partido por la mitad. Y Trump es el culpable de esta división. Así no se puede ser campeón de la democracia.

China, que no fue invitada a la reunión cumbre sobre la democracia, dijo a través de su Ministerio de Relaciones Exteriores: “los balazos y la farsa en el Capitolio han revelado lo que yace debajo de las bonitas apariencias de la democracia estilo americano”. Y los rusos, que tampoco fueron invitados, dijeron a través de una portavoz que era “patético” el supuesto derecho de EE. UU. de decidir qué países podían llamarse democráticos.

Independientemente de las críticas desde el exterior, este no es un EE. UU. que yo reconozco. Cuando llegué a este país en 1983 venía de un México salvajemente autoritario, donde los presidentes se escogían por dedazo, había censura oficial y se reprimía cualquier tipo de disidencia. Y por eso admiré un sistema establecido desde 1776, donde ganaba el que tuviera más votos (electorales) y hasta los perdedores le deseaban suerte a los ganadores.

Y así fue hasta que apareció Trump. Desde luego, no podemos culpar a un solo hombre por la erosión democrática. Sus seguidores y varios congresistas republicanos también tienen mucha responsabilidad al no aceptar los resultados oficiales de las pasadas elecciones. Pero la oposición no ha hecho una vigorosa defensa de la democracia. Es un error creer que Estados Unidos sobrevivirá en automático los intentos antidemocráticos de Trump. Por eso es preciso denunciar públicamente a quienes hoy, todavía, no reconocen la legítima victoria de Biden.

La “gran mentira” es como se le conoce a los fallidos intentos de Trump de declararse ganador de las elecciones del 2020. Él y muchos políticos ultraconservadores siguen repitiendo y extendiendo esa mentira. Y millones se la creen. Esa es una verdadera amenaza para el país. Las elecciones del 2024 serán una prueba de fuego. Mientras no se condene a los responsables intelectuales de la insurrección del 6 de enero, EE. UU. no se puede poner a dar lecciones de democracia al resto del mundo.

https://www.elcolombiano.com/, Medellín, 06 de enero de 2022.

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