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Armando Barona Mesa

Fue Molière, con Shakespeare, el padre del teatro moderno. Recogía de la ficción o de la realidad vuelta ficción, los datos del hombre. Su dualidad de ángel o demonio, de nobleza sublime o de brutalidad e infamia, que eso en realidad es lo que da la vida.

Quizás el personaje más perfilado fue Tartufo. Un símbolo de infamia que uno encuentra lamentablemente en la vida con muc

*ha frecuencia.

Cuidan su imagen con un maquillaje imperceptible, su figura sin un gramo de más de peso, su vestido impecable, sin arrugas, sus gestos inspiradores de confianza. Ambiciosos como nadie y falsos; tienen la mentira como su primera ayuda y saben teatro y utilizan todos los recursos, buenos o malos y sin que les importe un ideal que en realidad no tienen. Agotan todos los escenarios y los recursos propios o ajenos, para lograr coronar sus ambiciones personales que solo buscan saciar el apetito inabarcable de sus ambiciones. Por supuesto jamás muestran gratitud con nadie.

Su destino es aprovechar las oportunidades y llegar muy lejos. Sin pautas ni limitaciones éticas. Tal vez algún amable lector haya descubierto ya a uno de esos Tartufos en nuestro medio, florecido en el ambiente enrarecido que vive Colombia y solapado en sus mieles, posando con una virtud que nunca tuvo ni tendrá.

El personaje en mención llegó de la mano de un presidente altruista a un alto ministerio, en el que sin inhibición el nuevo Tartufo dice que lo bueno que se hizo fue obra de él y lo malo del presidente. Tal vez ya lo van descubriendo.

Ese presidente le dio la mano y lo hizo elegir como su sucesor. Y no pasaron dos meses -tal vez el primer día- sin que su mano torciera los caminos de la gratitud y se volviera enemigo. Ya en ese momento soñó con lo más alto a que puede llegar un colombiano, que es el premio Nobel, que ya había logrado con méritos inigualables García Márquez.

Y luchó sin pausa y sin evadir recursos económicos oficiales, montó un tinglado mundial en pro de una paz que no ha existido. Hizo caso omiso de los principios éticos y de las sanciones por violaciones del derecho humanitario y, como lo anota con mucha honestidad el general (r) Jorge Enrique Mora, en los acuerdos había un acuerdo previo y secreto del presidente Santos que lo llevó a desconocer el No de un plebiscito y a adoptar unas reformas constitucionales sin los estrictos procedimientos de la Carta, entregándolo todo en aras al acto político. Y al Nobel que nutre sus satisfacciones. Sí, por supuesto, se trata de Juan Manuel Santos, a la vista está.

El último episodio de éste es repudiable. Cuando ese presidente que le dio la mano y lo postuló como su sucesor debió acudir a una tutela que decidiría la Corte Constitucional, acto oprobioso del cual ya hemos hablado, ese expresidente no tuvo inconveniente en llamar a algunos magistrados, como lo declara y reconoce el magistrado ponente Alejandro Linares, al que derrotaron, para inducir votos en contra -se ganó por un voto- contra los derechos constitucionales de Uribe, su benefactor. Fue entonces cuando se descubrió la verdad -ahora bajo investigación-. Pero el Tartufo criollo piensa que todo se gana con unas declaraciones y su semblante maquillado y serio. Y con el maniqueísta Manés, Uribe es el malo.

Bueno, esos personajes siempre han existido. Molière los conoció bien y a fondo. Y tal vez nosotros que sabemos de sus andanzas.

Sigue en Twitter @BaronaMesa

https://www.elpais.com.co/, Cali, 23 de diciembre de 2021.

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