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Francisco Lloreda Mera 

Aún no concluye la conferencia de cambio climático en la ciudad de Glasgow en Escocia y sin embargo es posible anticipar un balance claroscuro, en medio del reconocimiento generalizado a la labor de Colombia. Al tiempo en que se establecieron metas relevantes en reforestación y en reducción de emisiones de gas metano, predominó la retórica de parte de los países más desarrollados, los mayores responsables de la crisis ambiental.

Colombia ha hecho la tarea; es la primera conclusión de la Cumbre. Pasar del 1% al 15% en 2023 de la matriz eléctrica con renovables, la siembra de 120 millones de árboles, y el impulso del transporte eléctrico y con gas natural, son hechos concretos que mostrar. Igual con el compromiso de reducir 51% las emisiones de Gases de Efecto Invernadero, GEI, al año 2030; un 30% de áreas protegidas al 2022 y; ser carbono-neutrales en 2050.

Estos resultados y metas resaltaron en la cumbre, pues pocos países pueden mostrar lo mismo, más teniendo una de las matrices eléctricas más limpias y siendo uno de los que menos aporta GEI al planeta (solo 0.05%). Además, el sector privado se ha sumado a los objetivos trazados, incluida la industria energética, que contribuye con 14% de los GEI del país. El sector transporte aporta 12% y el agrícola-ganadero y uso de la tierra 55%.

Contrasta lo señalado con la ausencia de los presidentes de China y Rusia, dos potencias sin las cuales cualquier acuerdo en la cumbre, es nimio, pues aportan 32% de los GEI. Y al momento de escribir, no es claro si la meta de un incremento en la temperatura de 1.5 grados a 2050 sigue siendo realista y si el compromiso de los países desarrollados, asumido en París, de destinar US 100 billones para apoyar la transición, se ha cumplido.

De rescatar, el acuerdo global en marcha para detener la deforestación al 2030 y reducir en 30% las emisiones de gas metano al 2050. Los países con mayor deforestación al año 2020 -y llamados a dar ejemplo- son Rusia, Brasil, Canadá, Estados Unidos e Indonesia, con 243.5 millones de hectáreas arrasadas. Y en gas metano, dependerá del control de fugas de gas en el sector energético y de políticas sostenibles en agricultura y ganadería.

Lo que llama la atención de la cumbre es el relativo avance de los países desarrollados y cómo cargan de responsabilidad a las naciones de menor desarrollo. Es más, los bonos de carbón (un instrumento novedoso de compensación y útil para países con bosques) llevan implícito un dilema ético, pues al ponerle un precio al CO2, puede ser entendido como una licencia a los países más ricos a seguir contaminando, porque pueden pagarlo.

Inquieta, además, porque los países desarrollados, con mayor ingreso y calidad de vida y en especial los europeos, son los que lideran la agenda de cambio climático. Y lo hacen, en razón a sus intereses y su conveniencia. Para ellos, la pobreza energética de la India, de África o Latinoamérica, poco importa: esperan que aceleren la transición energética, a cualquier costo. Costo que no están dispuestos a pagar, por más anuncios económicos.

El cambio climático es real y es deber de todos contribuir a que no empeore. Y en esa tarea, Colombia, pese a las críticas de los de siempre, tiene una política clara e integral, y resultados. De ahí la necesidad de cerrar la COP26 con compromisos de reducción de GEI de parte de los países desarrollados y de financiación de su parte de la transición integral que requieren los de menor condición económica. Si no ocurre, llegará el 2030 y el 2050 y seguiremos en las mismas. Si para ese momento el planeta es sostenible.

Sigue en Twitter @FcoLloreda

https://www.elpais.com.co/, Cali, 07 de noviembre de 2021.

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